La Cita
Y ahí estaban esos dos, los de siempre, los de los encuentros sin saludos ni despedidas, dejando que el café se enfriara y viendo a través del humo cómo divagaban sus pensamientos. Él estaba nervioso pero muy pocos podrían notarlo. Sabía mantener las manos firmes y la respiración acompasada, sin ir muy rápido, sin ir muy lento; pero la mirada, que en ocasiones se desviaba tras una imagen o algún recuerdo, lo delataba ante los ojos de aquellos que le conocían bien. Fue así como sus ojos se fueron con el humo y llegaron al rostro de ella. Ahí estaban sentados los dos y él aún no era capaz de lanzar su propuesta. Ella era su última oportunidad, lo único que le quedaba en el mundo. Ella era quien siempre creería y confiaría en él, quien le seguiría aun cuando su lucha fuera estéril, aun cuando la muerte se encontrara a la vuelta de la esquina. ¿La amaba? Era una pregunta innecesaria, sobraba; no necesitaba amarla, le bastaba con que ella lo amara, de este modo garantizaba ...