La saludé como de costumbre, ella respondió con un corto "Hola", le pregunté cómo estaba y dijo que bien, pregunté como había estado su mañana y dijo que normal, la tomé de la mano y caminamos hacia nuestro destino por cerca de 20 minutos. Intenté armar conversación contándole algunas cosas sobre mi día, algo del trabajo de la semana, un poco del último libro que había leído y nada funcionaba, de su boca sólo salían algunas palabras casi que arrancadas por la cortesía: "ajá", "ya veo", "que vaina". ¿Estaba algo mal entre nosotros y yo no lo había notado? Decidí observarla con la esperanza de que sus gestos me dijeran más que sus vagas respuestas. Caminaba mirándolo todo: los niños, las flores, los perros, el parque, los árboles, los pájaros, el cielo... tenía esa mirada soñadora y alegre que tanto me gustaba y de vez en cuando sonreía inocentemente. ¿Entonces por qué no me hablaba? No lo sabía y continuaría en mi ignorancia si no se lo...