Veinticinco
El tiempo, que ha sido definido a través de los años por científicos y relativizado sin pudor por narradores y poetas, resulta tan temible como encantador en la vida propia. Se sabe del tiempo como medida, como invento humano, como sabio, como enemigo, como dios.
¿Qué es un siglo comparado con más de cuatro punto cinco billones de años? ¿Qué viene siendo, entonces, un cuarto de siglo? Mi propia eternidad.
Es la primera vez que escribo sobre mi edad en este blog que no tiene ni pies ni cabeza, que es una colcha de retazos echa con los pedacitos de cada recuerdo trascendente. Tal como mi existencia.
Ahora lo digo con risa, pero antes sentía un poco de pudor, de vergüenza por develar mi edad. Sucedía que la gente hablaba conmigo y pensaba que era mayor, no sé si era por cómo me expresaba o simplemente era lo que producía mi manera de actuar, sin embargo les venía un desencanto cuando yo decía “tengo dieciocho o diecinueve o veinte” o lo que fuera. Pero ahora, a los veinticinco, eso me importa poco.
Este año ha sido el más movido de mi vida y aquel en el que más tiempo de calidad he pasado conmigo misma. Ha sido el año del cambio, de la aceptación, de gritarle al mundo ¡Esto es lo que soy yo! De reírme sola y complacida, de dejar la compañía sólo para cuando realmente la quiero, abandonando la esclavitud de la necesidad, los formalismos, el miedo. Siento que empiezo a alcanzar mi mayoría de edad, que aprendí a decir “no” sin que me duela y sobre todo, que aprendí a vivir como soy sin remordimiento.
Ya no me pesa mi sinceridad, ni mi poesía, ni mis cuentos, ni mis letras. Aprendí a perdonarme y hacerme cargo de mis errores, aprendí a decir “lo siento” y a levantar la frente mientras lo digo. Aprendí a deshacerme de la responsabilidad del mundo y a vivir bajo mis propias reglas.
Descubrí que puedo manejar mis días malos, que puedo disfrutar de los buenos y que no tengo que devanarme los sesos pensando en quién soy, porque en realidad no tengo que escoger, soy todas: la nostálgica, la alegre, la emocional, la reflexiva, la impulsiva, la temperamental, la soñadora, la mujer.
Ahora las calles se me antojan seductoras y decidí seguirlas recorriendo a mí manera, en el encanto de mi soledad creadora o en el placer de la buena compañía. Los veinticuatro me dejan siendo dueña de mí y a los veinticinco decidí recibirlos en la intimidad de mis pasiones, con vino, con poesía, con debates, pensándome el mundo y exigiéndome respuestas en medio de tantos lamentos. Los buenos veinticinco llegaron en medio de la esperanza de un Cántico de Sol, celebrando la vida con un jardín de Miró.
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