Duelo
Sabía
que esto debía terminar en un escrito ¡Lo sabía! Y también lo negué tantas
veces…
Me
desaparecí del mundo porque pensé que era lo conveniente. Me quise desaparecer
de la vida, sin perder la vida propia. Entrar en la burbuja y flotar en el
aire, dejando que el viento me llevara a un lugar en el que no pudiera sentir
dolor ni rabia. Pero los recuerdos, los reproches, los mensajes preguntándome
por ustedes o relacionándome con ustedes siempre me alcanzaron y escapar fue imposible.
Tuve
un juicio público y despiadado, ya sentí la rabia, ya sentí el dolor, ya me
atraganté con las palabras que no pude decir porque sabía que todo lo que
dijera podría y sería usado en mi contra ¡Vaya ironía! ¿No?
Ya
leí sobre las emociones y un autor me dijo que la rabia hacía que me apegara
más al sentimiento, que luchara –aunque de forma inconsciente- por él. Entonces
quise dejar de sentir rabia y otra vez quise alejarme de todo y no sentir.
Fue
ahí cuando me enfermé. La cabeza me falló, la garganta me falló, los pulmones
me fallaron. Lloré ante la recaída, ante todas las recaídas. Me sentí culpable
y asumí todas las culpas y seguía enfermando, la mente cada día me traicionaba
más, los pulmones cada día servían menos para respirar. “Qué patética, qué
patético todo”, pensé.
Y
sigo enferma, atorada con las palabras de nunca dije, tomando medicinas para
poder respirar, para recobrar el aire, apegándome al litio para que me devuelva
mi cabeza, viendo a la psiquiatra con la poca esperanza que guardo, ya no de
que todo se arregle, sino de que mi cabeza vuelva a pertenecerme, de no estar
cansada y con sueño todo el tiempo, de no sentirme atorada en llanto cada vez
que pienso en ustedes, de volverme a concentrar.
Ya
acepté que no voy a ser escuchada y que mis sentimientos no importan, ya no
importan más. Pero de todas estas etapas entro y salgo una y otra vez. “Así es
el duelo”, concluí hoy.
Ya
no importa decirles cuánto lloré, ni las ganas que tuve de hacer una locura al
sentirme tan herida, tampoco lo que hice para castigarme. Ya no importa hablar
de mi incapacidad para manejar el dolor, al punto de sentir que infringirme
dolor físico fuera la única forma de aliviarlo, tampoco contarles de todas las
estupideces que se pasaron por mi cabeza cuando sentí que toda la
responsabilidad era mía, cuando la culpa y la decepción se apoderaron de mi ser
y yo no fui más que una mujer en pena, repasando una y otra vez todo lo que
hice mal. Ya no importa nada de eso, como tampoco los gritos que se emiten en
el bosque de la soledad.
Con
toda confianza me puede señalar de auto compadecerme, pueden comentar con
ustedes o con otras lo patética que soy, lo inconstante que soy, lo mal amiga
que fui, lo pésima feminista que llegué a ser. El punto, entendí después de
muchas cavilaciones, es que no llegué a ser la mujer que ustedes esperaban que
fuera, ni la amiga que querían que fuera, ni la feminista que desearon que
fuera. Fui una decepción, un algo que entró en contradicción con lo que sus
mentes les decían que yo debía ser.
Y
sí, también dudé del feminismo, pero es el feminismo el que me ha mantenido
aquí, a pesar del duelo, el dolor, la negación, la ira, la negociación, la
depresión… es el feminismo el que me permite aceptar lo que pasó y tratar de
aprender, a pesar de que luego empiece a entrar y salir nuevamente de cada una
de las etapas.
Sentí
vergüenza de mí, de la persona que soy… Sentí que mi trabajo había sido una
farsa, me sentí ignorante y leí, pregunté para corroborar mis conocimientos,
retrocedí años en confianza, me perdí la fe, me sentía insegura, sin voz.
Sentía que no tenía derecho a contar cómo me sentía y me daba vergüenza contar
lo sucedido, decir públicamente que había defraudado a las personas que
admiraba, a mis amigas y que había perdido los proyectos que con amor y mucho
esmero había fundado y ayudado a crecer. Pero lo que es peor: sentía vergüenza
de aceptar que me dolía porque sentía que no tenía derecho a que me doliera,
que debía dolerme porque lo merecía y que mi obligación era apretar los dientes
y soportar el dolor, como la guerrera valiente y empecinada que no se queja
cuando la queman con un hierro caliente, sino que aprieta y no se rinde… me exigí
tanto que me convertí en mi propio verdugo.
Ya
no quiero sentirme mal. Siento que si quiero mejorar, si quiero organizar mi
cabeza primero tengo que dejar salir mis pensamientos desorganizados. Que si
llevo tres meses de enfermedad respiratoria es porque las palabras también me
están ahogando. Quiero recuperar mi cabeza, mi concentración, mis pensamientos,
mi seguridad, mi tranquilidad, mi confianza, mi voz. Así que escribo sabiendo
que no van a leer, pero reclamando mi justo derecho a usar la palabra, la que
me negaron.
Perdón
por no ser la feminista que esperaban que fuera.
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