Algo más que un fracaso
Hace
poco estaba viendo el capítulo más reciente de una serie que sigo desde la
primera de sus tres temporadas. Esta serie me gusta porque tiene un abordaje
diferente y poco convencional de diferentes temas. Su personaje principal es
una persona con un trastorno del espectro autista y la serie plantea cómo es
ser un profesional (excelente en su área) viviendo con esta condición. Además,
también existen una serie de personajes secundarios interesantes, entre los que
destacan varias mujeres por medio de quienes se plantean varias cuestiones como
el hecho de sobresalir en un mundo masculinizado, qué hacer ante una situación
de acoso sexual, cómo tomar decisiones respecto a derechos sexuales y derechos
reproductivos y cuál es la importancia de la sororidad. Pero no es nada de esto
lo que me conduce hoy a escribir.
Resulta
que, una de estas mujeres tiene una madre que vive con trastorno afectivo
bipolar y la señora ha sido la peor carga que ella ha tenido que soportar en la
vida. Así es como nos retratan siempre, como una carga, un suplicio, un
castigo. En la ficción, cuando aparecen personajes que viven con esta
enfermedad no somos más que un fracaso ¡Un gran fracaso!
En
la serie, esta señora fue una mala madre debido a que por su enfermedad entraba
y salía constantemente de crisis, tenía problemas con el alcohol y otras drogas
y despilfarraba el dinero de su alquiler. “Un caso típico de trastorno bipolar”,
dirían algunos, pero aunque no lo crean, no lo es.
En
el capítulo que recién vi, la hija le estaba dando una nueva y última
oportunidad a su madre, la señora se esforzaba e, incluso, un día fueron a
terapia las dos y tienen un emotivo momento donde la hija le expresa a la madre
lo que fue tener que hacerse responsable de ella desde pequeña y la madre le
responde diciéndole que ella es su inspiración en la vida, que quiere ser como
ella, su hija.
Horas
más tarde la hija supera un difícil reto profesional y se lo cuenta a su madre.
Ella decide ir en su auto por un postre para celebrar, pero encuentra la casa
de su hija una botella de vino blanco, se lo lleva en el auto, lo bebe y tiene
un accidente en el cual muere.
De
forma paralela se muestra cómo la hija está saltando de la emoción y celebrando
sola por su éxito profesional, en ese momento recibe una llamada del teléfono
de su madre, pero al contestar alguien le da una mala noticia y entonces ese
día feliz es arruinado una vez más por esa mala madre.
¿A
caso merecemos ser retratadas así? ¿Se han puesto a pensar en lo que eso puede
producir en una persona que desea formar una familia, que se ha planteado
muchas veces la posibilidad de adoptar para poder ser madre? ¿A caso no somos
algo más que un fracaso?
Pero
lo que más me molesta de esta historia es que tratan a la madre como una
persona irresponsable que nunca fue capaz de hacer lo suficiente por estar bien
a pesar de que ella constantemente está esforzándose por tomar sus medicinas y
acercarse a su hija. Sin embargo, todo el tiempo es rechazada, culpabilizada y
condenada al ostracismo. Entiendo que la hija como cuidadora se sienta mental y
emocionalmente agotada y, por lo tanto, no quiera hacerse cargo de ella, pero
no soporto esa sensación que deja la serie según la cual la señora se merecía
hasta su propia muerte.
Verán,
a nosotras no nos gusta vivir así, no disfrutamos esta montaña rusa de
sentimientos en la vivimos y lo que más anhelamos es la estabilidad. Y cuando
la conseguimos ¡Vaya tesoro al que nos aferramos! Si nos enfermamos no es
porque se nos dé la gana de hacerlo, es porque tenemos una condición que hace
que las sustancias químicas de nuestro cerebro se desajusten y por eso es que
necesitamos la medicación, porque nuestro cuerpo no es capaz de hacer la
regulación solito.
Todo
el tiempo estamos tratando de hacerlo bien, de hacerlo lo mejor posible, aun
cuando estemos tiradas en la cama sin ganas de hacer nada… Lo que voy a decir
es crudo, pero seguramente podemos estar pensando en que nuestra existencia es
vaga y miserable y que lo mejor sería acabarla de una vez por todas, pero
estamos dando la pelea, ahí, tumbadas, resistiendo.
No
se nos da la gana estar mal, no se nos da la gana tener una manía o una
hipomanía. Caray, es que es muy complicado identificarlas y más aún, deshacerse
de esa neblina embriagante en la que te envuelve haciéndote pensar que todo
está bien, que es maravilloso, que lo puedes lograr todo ¡TODO! Incluso volar,
meterte en negocios inconvenientes, ¡Ser la persona más exitosa del mundo!
Con
el tiempo aprendemos a identificar todo eso, aprendemos a saber cuándo empieza una
crisis y cuándo debemos pedir ayuda. No obstante, nunca es fácil, estamos
jugando a vivir en modo legendario.
No
soporto más seguir siendo vista como un fracaso y he luchado tanto en contra de
esa idea que me he causado heridas profundas. Esta exigencia de ser vista como
una persona normal, de no defraudar a nadie, ni sentirme una carga para nadie
me ha llevado al aislamiento, a tragarme mis emociones o a vivirlas confinada
en el encierro de mi propio silencio. Desde el inicio del 2018 he vivido las
experiencias más duras de mi vida, estoy deshecha. Conocí el hambre, la asfixia
económica, el desespero del dolor emocional, la humillación, el desamparo, la
indolencia de quienes me pisotearon sin importarles el daño que me causaron.
Supe lo que era la soledad, la incertidumbre de no saber qué hacer con mi vida
ni como reponer lo que otros habían roto. Estoy dañada, terriblemente lastimada
¿Y saben qué hice? ¡Quise demostrar que podía con todo sola!
El
resultado, paradójicamente, fue un fracaso estrepitoso. No sólo no me puedo
arreglar por mí misma, sino que defraudé a personas que sinceramente confiaban
en mí, perdí dinero, perdí amistades, perdí empleos, incumplí en uno de los
proyectos más bonitos en los que he trabajado en mi vida y mi cabeza se desconectó.
Ahora
estoy lidiando con síntomas que me producen terror, vivo con el agobio de no
poder conectarme al mundo como quisiera. Hay días en que no reconozco mi propio
reflejo en el espejo o que me quedo mirando mis manos preguntándome si me
pertenecen. Y las interacciones sociales se volvieron un suplicio.
No
puedo hablar, no puedo contestar una llamada, un mensaje… siento que perdí la
capacidad de sentir y de conectar con los demás y todos los días tengo que
lidiar con mi propio reproche por no responder, por parecer esta eterna
irresponsable, pero la verdad es que estoy enferma, que me está costando
demasiado vivir, que el nivel de dificultad del juego se aumentó tanto que me
perdí es sus escenarios y no sé qué camino tomar.
Y
todo esto está en el interior, en la sombra en la que me convertí. Por fuera
trato de mantener la máscara, de que no se me note el cansancio con el que
sobrevivo, de no preocupar a nadie, ni ser una carga para nadie.
Así
que, amigas mías, personas amadas, familiares, conocidos, gente a la que de
alguna manera le importo o he herido, defraudado o le he incumplido en este
tiempo: les pido un poco de paciencia. No les pido que me compadezcan, no les
pido que me excusen, ni siquiera que me perdonen, les pido que me tengan
paciencia, porque estoy haciendo todo lo que puedo para salir de esta, les juro
que me estoy aferrando con todo lo que tengo a la vida, pero realmente me está
costando. Ustedes saben que nunca había escrito de forma tan descarnada y con
tanto desespero, sin embargo esta es la única forma que encuentro para
desahogarme y aliviar el peso que siento.
Sé
que les he fallado, pero les juro que todos los días me estoy esforzando por
ser algo más que un fracaso.
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