*** Este no debió ser un domingo en el que yo estuviera sola, encerrada con mi perra, arreglando desperfectos de mi apartamento y tratando de entender por qué me siento tan agobiada. Este domingo debimos haber despertado juntos, yo debí haber preparado algún desayuno especial, seguramente con panqueques y él debió haber lavado la loza con el delantal de El Capitán. En cambio, tengo un domingo en el que llevo varias semanas sin haber encontrado mezcla para panqueques, desayuné con chocolate, huevos y pan y el chocolate lo dejé a la mitad y los trastes los voy a lavar en la noche, con todo lo demás. Tengo un domingo cualquiera, como si todos los eventos del último año no hubieran sucedido, no por falta de recordación, sino por la monotonía de los días que han hecho de un día especial el letargo de una vida, el cansancio, la soledad, el silencio de quien languidece en la ausencia. Este debió haber sido un domingo de celebración, en cambio tengo un domingo de pena. **...
Estaba desesperada buscando ese documento. Había revisado en carpetas, libros, maletines, bolsas, arrumes de papel que siempre prometía que iba a limpiar y a donde cada día llegaba uno más. ¿Dónde carajos lo pude haber metido? Se preguntaba una y otra vez sin encontrar una respuesta. Abrió por tercera vez el cajón donde guardaba escritos personales, algunos regalos y, en general, recuerdos materializados en papel; era casi imposible que lo hubiese guardado allí pero prefería revisar, algo le decía que debía buscar en ese lugar y ella estaba acostumbrada a que sus impulsos o presentimientos siempre la llevaban por el mejor camino, aun cuando este fuese inesperado. Y esta vez no hubo excepción. Encontró una hoja arrugada, doblada por la mitad, manchada de café, conservando ese olor; aquello le llamó la atención y procedió a abrirla. Era su letra pero no la de siempre: inclinada un poco a la derecha, más alargada que redonda, era la letra que usaba cuando algo le parecía importan...
Hace unos días a un hombre de más de 40 años –al que llamaré el señor “Y”- con esposa e hijos, intentaron robarle el taxi que conducía, el cual no era de él y por el que debía entregar una cuota diaria de $50.000. El hombre puso resistencia, al final, los ladrones se llevaron su billetera, su celular (que no valía mayor cosa), tiraron las llaves del carro a un abismo para que ni el conductor, ni el dueño del taxi (que había logrado llegar al lugar) los siguieran, y no contentos con esto, hirieron al señor “Y” en un brazo lo cual le hizo terminar de pasar la madrugada en una clínica donde le cogieron varios puntos y le dieron medicamentos para prevenir una posible infección. Cuando los hechos sucedieron, a eso de las 2:00am se hizo el respectivo llamado a la policía, la cual llegó luego de más de una hora al lugar donde se presentó el incidente y dijo que iban a hacer las pesquisas correspondientes. Pasarán 20 años y no se sabrá quiénes fueron los agresores. Me pregunto qué hubiera pasa...
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