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Algo más que un fracaso

Hace poco estaba viendo el capítulo más reciente de una serie que sigo desde la primera de sus tres temporadas. Esta serie me gusta porque tiene un abordaje diferente y poco convencional de diferentes temas. Su personaje principal es una persona con un trastorno del espectro autista y la serie plantea cómo es ser un profesional (excelente en su área) viviendo con esta condición. Además, también existen una serie de personajes secundarios interesantes, entre los que destacan varias mujeres por medio de quienes se plantean varias cuestiones como el hecho de sobresalir en un mundo masculinizado, qué hacer ante una situación de acoso sexual, cómo tomar decisiones respecto a derechos sexuales y derechos reproductivos y cuál es la importancia de la sororidad. Pero no es nada de esto lo que me conduce hoy a escribir. Resulta que, una de estas mujeres tiene una madre que vive con trastorno afectivo bipolar y la señora ha sido la peor carga que ella ha tenido que soportar en la vida. Así

Duelo

Sabía que esto debía terminar en un escrito ¡Lo sabía! Y también lo negué tantas veces… Me desaparecí del mundo porque pensé que era lo conveniente. Me quise desaparecer de la vida, sin perder la vida propia. Entrar en la burbuja y flotar en el aire, dejando que el viento me llevara a un lugar en el que no pudiera sentir dolor ni rabia. Pero los recuerdos, los reproches, los mensajes preguntándome por ustedes o relacionándome con ustedes siempre me alcanzaron y escapar fue imposible. Tuve un juicio público y despiadado, ya sentí la rabia, ya sentí el dolor, ya me atraganté con las palabras que no pude decir porque sabía que todo lo que dijera podría y sería usado en mi contra ¡Vaya ironía! ¿No? Ya leí sobre las emociones y un autor me dijo que la rabia hacía que me apegara más al sentimiento, que luchara –aunque de forma inconsciente- por él. Entonces quise dejar de sentir rabia y otra vez quise alejarme de todo y no sentir. Fue ahí cuando me enfermé. La cabeza me fal

Más ansiedad que persona

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Hablemos un poco sobre lo que es vivir con ansiedad y tener que comportarse como cualquier persona más. La primera batalla ocurre al despertar. Los pensamientos se agolpan y las decisiones más simples se convierten en un martirio ¿Qué hago primero, me baño o tiendo la cama? ¿Y si mejor desayuno y después me baño? Y la disertación toma lo suficiente como para que al cabo de media hora sientas que el día arrancó mal porque ya estás hecho un ser totalmente improductivo, de esos que pierden el tiempo decidiendo tonterías. Ahora vayamos a las reuniones sociales ¿Saben lo que es no querer salir de casa pero obligarse a hacerlo en el afán de no quedar mal, de no ser la amiga incumplida o de cumplir con las obligaciones laborales? Y eso ocurre en los mejores días, en los peores la pelea se pierde y una se siente vaga, desconsiderada, irresponsable, impotente e infeliz, rota o al menos defectuosa, con una cabeza que no deja de murmurar la pregunta ¿Por qué no puedo ser como la gente

XXXI - Litio

Llegó la pena oronda a reírse placentera, con esa risa socarrona en mi cara agorera. Me señalaba intimidante, y con su risa macabra de mi dolor hacía una espera. La pena se reía y yo quería matarla, acuchillar la risa de mi pena y de un machetazo acabarla. ¡Cuánta violencia en ese pensamiento! me gritaba la cordura y el raciocinio era todo lo que tenía, mientras la pena en el pecho calaba. ¡La mato!, ¡La mato!, ¡La mato! Gritaba mirándome al espejo, mi retrato respondió, ella también con una sonrisa: “La pena no se muere si no la lloras”. Dijo mostrando la mitad de los dientes. Mis manos fueron a mi garganta buscando aire, tocaron mi rostro anhelando una expresión. El litio insensible se escondía y en mi bolsa aguardaba a la siguiente comida. Escuchaba de cuclillas la risa de la pena y con vergüenza reconocía haber escondido mis lágrimas en mis venas.