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Irreversible

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Despacito y con buena letra. Eso, así, vas muy bien. No, no aprietes los dedos, deja que la mano se deslice, tienes que mover desde el codo. Así, muy bien, las letras gorditas como las de papá. Un día vas a escribir como él. Recordaba esas palabras mientras pasaba la vista por su libreta, llena de garabatos y “escrita en arameo”, como solía bromear. Viajaba en el colectivo y de repente, una idea sobre su tesis le atravesó la cabeza, revoloteó en su maleta en busca de un bolígrafo, pero cuando lo encontró el temblor de sus manos y las ondulaciones del pavimento le impidieron escribir – Ya la recordaré y si no lo hago, no era tan buena- pensó y dejó caer los materiales en su bolso. El colectivo –uno de los pocos que quedaban en la ciudad- entró al centro por la Carrera Quinta, que se abría paso en medio de casas coloniales y edificaciones restauradas que –decían algunos- habían sido testigos de independencias, fugas, tretas, muerte y vida. Suspiró sin voluntad y le pidió al cond...

Silencio

Todo era un torbellino. Miraba a la nada buscando explicaciones, respuestas y las preguntas arremetían en bandada. Alrededor, el mundo giraba, gritaba, gruñía. El día se iba en un desorden cercano al caos, más ruidoso de lo normal. “¿Cómo estás?”, preguntaron. La cabeza estalló en pensamientos arrítmicos. Perdí la cuenta de las noches en la vela, quiero viajar, correr, gritar, soñar, partir, llorar una vez y reírme dos veces, pero es el cansancio el que me acompaña todas las noches y la rutina la que me despierta en las mañanas. Quiero saltar al vacío y que en la caída me crezcan alas, más sólo me siento en mi escritorio y hago lo que debo. Y me resigno porque “es lo que toca”, porque ya vendrán tiempos mejores, porque hay que ser fuerte para pasar los tragos amargos... porque los sueños también están hechos de sacrificios. Porque el mundo dijo que así debía ser. “Bien”, respondió.

Los tres hitos

Viernes 23 de mayo de 2014 Hay tres cosas que debes hacer un día –me explicaba un profesor del colegio, una vez me gradué- ir a cine sola, entrar a un bar sola e irte de viaje sola. Han pasado seis años y puedo decir que cada hito lo he cumplido. Fui sola a cine para ver una película de Harry Potter que no me iba a permitir pasar por alto, así a mi novio de turno le pareciera una soberana tontería. Al terminar la película, recuerdo que lo llamé para invitarlo a comer; cuando se enteró de que recién salía de cine, el cretino entró en cólera pensando que había ido con alguien más. Al final, terminé dándome un delicioso banquete con el dinero de una comida para dos, que incluyó uno de los vinos más sabrosos que he tomado en mi vida y a decir verdad, no puedo especificar con claridad si aquel sabor exquisito fue producto de su buena calidad, del buen servicio del restaurante o del placer de tener una tarde únicamente para mí, sin preguntas, ni respuestas, ni silencios incómodos, ...

La Vengadora

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I. Antecedentes Desde el momento en que lo supe no pude dejar de pensar en ello, dos semanas habían transcurrido y yo no olvidaba que aquel miércoles sería mi cita con el doctor muelitas. Mamá tuvo que escuchar muchas excusas: “mami no hay agenda”, “mami no tengo tiempo”, “mami yo me cepillo tres veces al día, con eso ya es suficiente”; así que papá tuvo que intervenir “bueno hija ¿Cuándo vas a ir a revisarte los dientes?” y entonces al día siguiente ya tenía yo la cita. No puedo negarlo, le tengo pánico al doctor muelitas. Mis experiencias no han sido las mejores, no soporto los olores del consultorio, el ruido del cepillo, la succión del pato, como se destiemplan mis dientes con esos aparatos y mi enemigo más temido: el flúor. Soñé (o tuve pesadillas) con ese momento durante dos semanas, tenía miedo de vomitar –como ya me pasó una vez- en el consultorio, nunca había tenido una caries ¿Y si esta era mi primera vez? ¿Tendría que someterme a la temida fresa? ...

Víspera

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Dolorida y agobiada,  con las llamas cada vez más débiles  y sabiendo próximo el final de esta vida,  el ave Fénix se retorcía en dolores  buscando  el camino de regreso al nido.  ¿A dónde irán tus alas cuando el cielo ya no sea suficiente? La vida y la muerte, tan cercanas en este tiempo, conjuraban sentencias que sólo serían develadas con el tránsito de los días -y de las almas. Los muertos se revolvían en los recuerdos, en los corazones, en el viento. Los muertos estaban vivos aunque muchos no querían saberlo. Los muertos estaban de visita, venían a contemplar la renacencia. Los vivos estaban anestesiados, muertos, ellos sí, en sus vidas, olvidados de si mismos y del mundo. Incapaces de leer las señales, las piedras heladas que el cielo lanzaba en medio de rayos del Sol incandescente; sólo podían vagar -ora no vivir- en este mundo de verdades develadas y ciegos hechos no de naturaleza sino por elección. Las nubes se cer...

La Luna y la Mariposa

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La nostalgia atacó de repente a la Mariposa como la brisa helada ataca al final del otoño a los robles valientes que se resisten al invierno. La atacó con la fuerza inmisericorde del frío, esa que no sólo congela las alas sino que incluso hiela el alma. ¿Se reusaba el viento a soplar a su favor? Dirigió la mirada al cielo, de repente la Luna se había desvanecido.

Silencio

La saludé como de costumbre, ella respondió con un corto "Hola", le pregunté cómo estaba y dijo que bien, pregunté como había estado su mañana y dijo que normal, la tomé de la mano y caminamos hacia nuestro destino por cerca de 20 minutos. Intenté armar conversación contándole algunas cosas sobre mi día, algo del trabajo de la semana, un poco del último libro que había leído y nada funcionaba, de su boca sólo salían algunas palabras casi que arrancadas por la cortesía: "ajá", "ya veo", "que vaina". ¿Estaba algo mal entre nosotros y yo no lo había notado? Decidí observarla con la esperanza de que sus gestos me dijeran más que sus vagas respuestas. Caminaba mirándolo todo: los niños, las flores, los perros, el parque, los árboles, los pájaros, el cielo... tenía esa mirada soñadora y alegre que tanto me gustaba y de vez en cuando sonreía inocentemente. ¿Entonces por qué no me hablaba? No lo sabía y continuaría en mi ignorancia si no se lo...

Declaración

-¡¿Qué pasó, bonita?! -me preguntó alarmado cuando vio mi rostro desfigurado por el dolor. En medio de un intento estéril por secarme las lágrimas y con la voz entrecortada por el llanto sólo pude responder -La vida, querido mío, la vida fue lo que pasó...

Fantasía

-Déjala, no la guardes, hoy quiero que me hagas el amor en frente de La Guitarra. -¿Por qué? -Quiero que ella sienta lo que yo, cada vez que veo cómo la tocas...

La Cena

Tomó con firmeza el frío corazón. A pesar de su temperatura aún producía unos lentos y débiles latidos. Lo observó por un instante recorriendo centímetro a centímetro cada pedazo de músculo y vísceras que tenía entre sus manos ¿A quién se le habría ocurrido representarlo con esa forma tan diferente qué solo había percibido en las fresas y las manzanas alguna vez? ¿Quién fue capaz de imaginar un corazón como las alas mutiladas de una mariposa que sólo llegaban a la mitad? Aunque pensándolo bien, aquel trozo de carne si se asemejaba a una fresa, a una fresa gigante y puntiaguda del tamaño de su puño, no era una fresa perfecta sino una a la que las hojas le salían asimétricas y descontroladas. Sí, esa era una mejor descripción.  A su nariz llegó el aroma de los ajos y la cebolla que se encontraban sobre la estufa, hirviendo. Frente a ella, sobre el mesón, reposaba un afilado y brillante cuchillo, lo miró fijamente y otra oleada de aquel aroma le ratificó que había llegado el...

La Cita

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Y ahí estaban esos dos, los de siempre, los de los encuentros sin saludos ni despedidas, dejando que el café se enfriara y viendo a través del humo cómo divagaban sus pensamientos. Él estaba nervioso pero muy pocos podrían notarlo. Sabía mantener las manos firmes y la respiración acompasada, sin ir muy rápido, sin ir muy lento; pero la mirada, que en ocasiones se desviaba tras una imagen o algún recuerdo, lo delataba ante los ojos de aquellos que le conocían bien.  Fue así como sus ojos se fueron con el humo y llegaron al rostro de ella. Ahí estaban sentados los dos y él aún no era capaz de lanzar su propuesta. Ella era su última oportunidad, lo único que le quedaba en el mundo. Ella era quien siempre creería y confiaría en él, quien le seguiría aun cuando su lucha fuera estéril, aun cuando la muerte se encontrara a la vuelta de la esquina. ¿La amaba? Era una pregunta innecesaria, sobraba; no necesitaba amarla, le bastaba con que ella lo amara, de este modo garantizaba ...