La Cita





Y ahí estaban esos dos, los de siempre, los de los encuentros sin saludos ni despedidas, dejando que el café se enfriara y viendo a través del humo cómo divagaban sus pensamientos. Él estaba nervioso pero muy pocos podrían notarlo. Sabía mantener las manos firmes y la respiración acompasada, sin ir muy rápido, sin ir muy lento; pero la mirada, que en ocasiones se desviaba tras una imagen o algún recuerdo, lo delataba ante los ojos de aquellos que le conocían bien. 

Fue así como sus ojos se fueron con el humo y llegaron al rostro de ella. Ahí estaban sentados los dos y él aún no era capaz de lanzar su propuesta. Ella era su última oportunidad, lo único que le quedaba en el mundo. Ella era quien siempre creería y confiaría en él, quien le seguiría aun cuando su lucha fuera estéril, aun cuando la muerte se encontrara a la vuelta de la esquina. ¿La amaba? Era una pregunta innecesaria, sobraba; no necesitaba amarla, le bastaba con que ella lo amara, de este modo garantizaba para sí un poco de la alegría y la felicidad que veía le sobraba a los otros, a los que envidiaba en secreto y ante los cuales, paradójicamente, era un modelo a seguir. 

Estaba claro, no era necesario amarla, la quería y la deseaba. Ella podría ser para siempre su mejor amiga y con eso era suficiente. Se le habían acabado el tiempo y las oportunidades, sólo la tenía a ella, podrían casarse, tener hijos, el sexo no sería un problema y el amor de ella los cubriría a los dos, a los tres cuándo él necesitara de algo más y de nuevo ella estaría para él. 

Aspiró una gran bocanada de aire, infló su pecho, tomó la mano derecha de ella y con esto consiguió que lo mirara, pues se encontraba perdida entre los transeúntes que se veían a través del vidrio del lugar. Mirándola a los ojos supo que estaba listo. 

-No sé cómo empezar lo que te quiero decir, creo que lo más sensato es hacerlo con una disculpa. Sé que me fui, que estuve lejos, que hubo alguien más y que sufriste por eso. Sé que me amas y que quizá pensabas que jamás regresaría, pero aquí estoy, seguro de que quiero estar contigo, no sólo hoy sino toda la vida. Sé que eres el único resquicio de humanidad que hay en mi alma y que si te pierdo ahora ya no habrá “mañana”. Sé que aún lo podemos intentar y que al terminar mi vida quiero que seas tú lo último que vea. 

Ella mordió su labio inferior y sintió cómo una punzada atravesaba su pecho. Recordó los inviernos en los cuales esperó aquellas palabras, los veranos en los que su aire –a falta de él –se hizo asfixiante, las primaveras en las que las flores no valían la pena ni los parques merecían ser recorridos… más recordó el otoño y su pecho dejó de arder. Recordó su sonrisa y cómo el viento se llevaba las lágrimas y jugaba con las hojas de los árboles hasta arrancarlas; cómo el viento vaciaba los parques y se los regalaba sólo a ella, cómo se elevaban las cometas jugando a ser niñas con las coletas al aire y las faldas abiertas. 

-Tus palabras las esperé por un largo tiempo- dijo finalmente –el suficiente para olvidarme de la idea de que las necesitaba. Ahora conozco nuevos rumbos, nuevas personas. Bien sabes que te habría acompañado hasta el infierno si aquello fuese necesario y que un viaje al Sol lo hubiese tomado como romántico, antes que suicida. Pero ya no se trata de ti, así que no puedo aceptar. 

Él sintió como el aire se le acababa, aquella respuesta jamás había sido prevista. Se recuperó y preguntó 

-¿A caso hay alguien más? 

-Sí- dijo ella decidida 

-¿Lo conozco? ¿Puedo saber quién es? 

-Claro, lo conoces y sabes de sobra quien es. Cuando te fuiste recorrí nuestros pasos, nuestros parques, nuestros planes, nuestras tristezas y nuestras sonrisas y ahí, en el fondo del camino cuándo sentí que estaba perdida, que ya no quedaba nada, me encontré. 

El cielo se rompió en una lluvia profusa que tardó poco en inundar las calles. Ella tomó su cartera y su paraguas, dejó un billete con el que sabía se pagarían los dos cafés; el suyo siquiera lo había probado, pero eso apenas importaba. Salió a caminar y a disfrutar la lluvia, se le salpicaron los pies y unas gotas le alcanzaron el rostro. Dejó caer el paraguas, extendió sus brazos y una sonrisa abrazadora había sido liberada: siempre le habían gustado los días con lluvia. 

En otro lugar, una puerta se cerraba, dejando atrapado dentro un corazón temeroso y liberando para siempre un alma con alas, en paz y tranquila.

Comentarios

Sayrax ha dicho que…
Hay amores que toca dejar que tomen su propio rumbo, hay amores que duelen si los obligamos a que sean parte de nosotros, hay amores que tarde o temprano deciden no ser nuestros... El único amor que nunca debes dejar ir es el tuyo, el eterno yo nunca debe dejarse a un lado... Felicidades por tu cita...
Anónimo ha dicho que…
Eres la escritora que prefiero.

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