Hechizo

“Ya no existo, desaparecí hace mucho tiempo, ya no queda ni mi recuerdo”


I

El hechizo solo llegaría a su fin cuando ningún mortal recordase tu existencia, cuando nadie reconociese sus ojos en el agua ni su pasión en el fuego. El hechizo, ese que le dio una vida que en realidad no le pertenecía, se rompería para siempre cuando ningún ser deseara sus labios, su cuerpo, cuando todos pudiesen olvidar su voz, su mirada.

II

Deseaba su desaparición a cada instante, contemplaba a la bella Luna y le pedía un momento de compasión, le rogaba por su muerte con el mismo fervor con el que el condenado a muerte reza por su vida. Decidió no volver a ver la luz del Sol, sólo se permitía salir en la noche para que ella le cubriese con su manto oscuro envolviéndola para siempre pero ignoraba la forma de terminar el conjuro que le atormentaba y en una de sus caminatas cruzó su mirada con los ojos más hermosos que jamás hubiese visto, los únicos que fueron capaces de hacer latir, sólo por un momento, su muerto corazón.

Y quien poseía esos ojos, jamás pudo olvidarle, pasó días enteros buscándole, caminando por aquella sombría calle, imaginando el momento en que le volviese a ver, aunque sus intentos fueran en vano.

III

Desde aquel encuentro se había ocultado en la vieja casa que era lo único que tenia, pero ya no soportaba una noche más de encierro lejos de su amada Luna. Decidió dar un paseo corto, tomó una vieja manta y la puso sobre su rostro, solo dejó sus ojos descubiertos para lograr ver el camino. Dio pasos lentos, se sentía débil y casi se desmaya cuando alzó la mirada y comprobó que la Luna no estaba, la había abandonado ¿Ahora a quien dirigiría sus súplicas?, ¿Ahora quien sería su guardián?.

IV

Verla de nuevo se había vuelto su obsesión, sentía que tenía que encontrarla, que llegaría el día de tenerla en sus brazos. Solitario, deambulaba por aquella calle cuando sintió que estaba enloqueciendo al ver esos mismos ojos vigilados por una manta vieja, dirigiéndose al cielo, y tuvo que correr en su dirección cuando vio que sus piernas se doblaban, se negaban a mantenerle en pie.

Llegó a tiempo para evitar la caída y quitó con suavidad la manta que ella, débilmente, intentaba mantener en su lugar. Observó su rostro y reconoció a la mujer más bella que jamás había visto, tomó su delicado cuerpo entre sus brazos y la llevó consigo. Era notorio su deterioro, su cuerpo parecía flotar y estaba tan fría que temió que estuviese enferma de muerte.

La descargó con cuidado sobre en la cama, le trajo chocolate caliente, le brindó una manta y tomó su mano entre las suyas tratando de elevar su temperatura. Ella le miraba en silencio, expectante, casi queriéndole decir algo pero ocultándolo tras sus apretados labios.

V

No podía separar la mirada de sus labios, de admirar su forma y de extrañarse con su palidez, los imaginaba rojos y hermosos, deseaba probarlos, averiguar que se escondía en ellos, se acercó tímidamente y al comprobar que ella no se intimidaba, la abrazó con firmeza y la besó apasionadamente. Era el beso más extraño de su vida, se perdía entre la sensación de esos labios fríos, la suavidad de cada movimiento y la pasión con que se apretaban a los suyos. Sintió como las heladas manos se abrían paso entre su camisa y se divertían entre su cuerpo, comprendió que quería amarla, ¡Que debía amarla! Y se abalanzó con fuerza sobre su pecho, arrancando el maltratado vestido que llevaba puesto y admirando su desnudez como si jamás hubiese conocido mujer alguna. Se sorprendió con sus movimientos, con su fuerza a pesar de su aparente debilidad, jugó con su cadera, sintió la pasión en ella como jamás la sintió en otra persona, como si ella estuviese volviendo a la vida.

VI

No pudo reconocer el momento en que le estaba besando pero sintió que ese beso la traía de nuevo a la vida, su corazón latía otra vez y su cuerpo se recuperaba sorprendentemente. Deseo sentirlo por completo dentro de sí, arrollándola con su fuerza, sometiendo su tristeza y embriagándola de placer. No era dueña de sus movimientos, era la pasión quien decidía qué hacer, se entregó a él sin pensar en nada, sin recordar al oscuro mago, sin que hubiese espacio para el temor.

VII

Despertó asustada al hallarse en un lugar que no le era conocido, recordó lo vivido la noche anterior y un alivio recorrió su pecho al comprobar que el Sol aún no se asomaba. Se vistió de prisa y abandonó la habitación con delicados pasos para no despertar al hombre que dormía profundamente.

Al llegar a la puerta de su casa, miró una vez más al cielo y halló de nuevo a la hermosa Luna que había vuelto para cumplir su deseo. Le susurró que tenia la respuesta a su petición, que se había ausentado para pedir por ella y que ahora podría irse en paz, le dio la respuesta a su hechizo y la joven mujer se horrorizó al recordar la noche vivida.

¿Cómo lograría olvidarlo? ¿Cómo haría que la olvidara?

Se encerró en su casa y sabía que nunca más saldría de allí otra vez.

VIII

El desespero se apoderó de él cuando despertó y no la encontró a su lado. El Sol entraba por la ventana y se preguntaba dónde estaría ¡No se iba a permitir perderla dos veces!. Desde ese día vagaba por la oscura calle, anhelando encontrarla, deseaba una vez más sus labios, recordaba el sonido del latir de su corazón, estaba perdiendo la razón en su necesidad de encontrarla.

Ella sabía que él no la olvidaba, lloraba noches enteras pidiendo que aquel hombre no la recordase, pero todo era inútil, podía sentir su presencia, sufría al percibir su desespero. Decidió un día llamar al viejo sepulturero, le entregó una carta la cual debía ser entregada al hombre que sufría por su ausencia.

El viejo sepulturero accedió a entregarla, llegó hasta la puerta del hombre, tocó y le dijo “esto es para usted, lo envía la señorita Anastasia”:


“Ya no existo, desaparecí hace mucho tiempo, ya no queda ni mi recuerdo”

Las lágrimas recorrieron sus mejillas, entendió que jamás volvería a verla, cerró la puerta y prendió fuego a la carta. Comprendía su desgracia y pensó en que lo mejor era deshacerse de ella, prometió jamás volver a pensar en aquella noche, jamás volver a pasar por aquella calle y nunca relatar lo sucedido.

IX

Ella aguardaba el momento final tendida en su cama. Poco a poco sintió como el hechizo se fue desvaneciendo, la noche cubrió su mirada y sus ojos jamás volvieron a abrir.

Estos fueron los últimos días de Anastasia Kemsky.

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
parce: a mi no me gusta la prosa ni los cuentos asi, pero me encanto, estoy fascinado, le quedo muy del putas, severas ideas, parce la felicito... :)
AmanitaPunk ha dicho que…
Me parece tristeeeeee :(
Tantas veces he intentado no ser ni sikiera el recuerdo en la memoria de algun muerto, pero ahora ke reflexiono es algo verdaderamente triste. ella puede ke deje de existir para los otros, pero los otros dejarán de existir para ella?

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