Un viernes... después de dos años

Siempre quise ser una persona puntual. Lo he intentado desde pequeña tratando de alejarme de la horrible tradición familiar de llegar tarde a todo lado y como es de esperarse cuando salgo con la familia no puedo, sin embargo ese día no fue así, ese día iba sola, la cita era a las 4:00pm y yo no iba a llegar tarde.

Habíamos hablado de un reencuentro esperando verlas de nuevo, ver qué tan cambiadas estaban, si habían crecido (aunque a nuestra edad uno ya empieza a crecer es para los lados (?)), ver si tenían la misma mirada, si una me seguía entendiendo profundamente en la música y la otra en todo lo que soy, sin juzgarme, sin llamarme loca o puta, solo sabiendo que así habíamos sido desde siempre… pero los malos hábitos son muy complicados de cambiar y una, que acostumbraba a cancelar a última hora , lo hizo, la otra no canceló pero yo sabía que llegaría tarde aún conociendo mi obsesión por la puntualidad.

Veinte minutos duró mi espera. Diez porque llegué más temprano y otros diez que fue lo que ella tardó. La verdad es que no puedo ser injusta, fue muy poco lo que tardó en llegar pero para mí el tiempo pasó demasiado lento.

Cuando llegué revisé el reloj: 3:50pm “¡mierda me toca esperar!”. Busqué un lugar donde pasar el rato mientras ella llegaba, estuve frente a un puesto de dulces, comida y demás de esos que abundan por toda la ciudad, pedí un cigarrillo y lo encendí de inmediato, era lo mejor para aguantar la espera.

Cuando fumo sola no puedo dejar de tener una extraña sensación: me gusta mirar el cigarrillo e ir comparándolo con muchas cosas, en especial lo hago con la vida, porque con cada bocanada uno sabe que se está haciendo daño, uno sabe que más se está acercando al fin, uno quisiera hacerlo durar más, pero a la vez la ansiedad no le permite fumar más despacio… ¿y acaso así no es la vida?

En fin, luego del momento reflexivo con el cigarrillo me dediqué a observar mi rededor. El centro es un lugar que me gusta bastante porque en él se ven cosas que no podría en otro lado, es el único lugar donde uno puede ver a un señor muy elegante –quizás ejecutivo de alguna empresa- con un maletín de cuero, hablando por celular (con manos libres si es inteligente o con el blackberry –¡que odio!- si es muy pendejo y de paso cargando en la frente un letrero que dice “róbeme”) al lado de un joven que se nota que apenas tiene lo del bus (si es que no le toca irse a pie hasta la casa) cansado de trabajar como mesero en uno de los tantos bares o restaurantes que abundan por ahí. Uno puede ver también a la típica señora rezandera saliendo de alguna de las iglesias, de Las Nieves, Las Aguas, el Carmen, caminando al lado de una puta de la calle 22 que va a hacer alguna llamada o algo por el estilo.

Sí, el centro es el lugar de convenciones extrañas por excelencia y a comparación de otros lugares donde unos y otros se mirarían con rabia, con miedo, con reproche, aquí a todos les da igual, porque saben que es así, porque en su aire contaminado está la regla de oro escondida: a usted no le importa mi vida ni a mí me importa la suya.

Así se me fue el tiempo, entre pensamientos vagos y mucha atención al rostro de cada jovencita de mi edad que pasara por ahí, porque sabía que ella podía cambiar su ropa, podía dejarse crecer el cabello o tinturárselo del color que le viniera en gana, pero la cara siempre sería la misma y no me equivoqué.

Cuando llegó ambas nos sorprendimos del largo de nuestro cabello y no era ridículo pensarlo porque en la diferencia de longitud, desde el día en que nos habíamos visto anteriormente y este encuentro, se podían leer fácilmente dos años pasados en el olvido.

Nos alejamos porque sí y nos reencontramos por lo mismo, a ninguna le importaban las razones, solo queríamos hallar un lugar donde tomarnos una cerveza y hablar detenidamente sobre este tiempo. Fuimos entonces a un bar que yo conocía muy bien, pedimos dos cervezas y empezamos a hablar.

Fue mucho lo que dijimos y sobra decir que son cosas que solo nos importan a las dos. Yo me dediqué un rato a observarla: el cabello tinturado como me lo esperaba, la cara idéntica, algo de maquillaje, mucho más delgada; el cuerpo tampoco era diferente, solo algo más delgada pero con las tetas grandes intactas. Recordé por un momento cuando la molestaba por eso en el colegio y ella salía corriendo tras de mí para vengarse por la broma. Recordé viejos apodos como “la mamazorka” y “la chica Koollight” –este último por lo bacana y lo flaca- solía repetir ella. Sus gestos tampoco habían cambiado: las manos se movían en círculos cada cierto tiempo queriendo explicar una continuidad inexistente, la risa que escondía algo de vanidad y egocentrismo, las caras de sorpresa exagerando alguna expresión pasada para agregarle algo de impacto al relato… cosas que nunca cambiaron.

Se nos fue el tiempo muy rápido pero nos sirvió demasiado, en mi caso volví a sentir esa conexión que solo una verdadera amiga como ella me puede brindar, hablamos de todo, de los amores, de los proyectos, del trabajo, de la plata, de la familia, de sexo y aquí debo decir que realmente me hacía falta tocar estos temas con alguien que de verdad no me juzgara, que hablara sin asco y sin miedo, que se “cagara de la risa” con estupideces y relatos que a otras (mojigatas y frígidas (?)) habrían de darles asco.

Fueron 6 cervezas en total, un gran abrazo de saludo y otro de despedida. Antes de tomar el bus, un cigarrillo por el reencuentro porque lo malos hábitos son difíciles de cambiar…

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Nunca dejes de escribir... = )

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