El Día Que Un Águila Se Enamoró Del Fénix

Iba volando sola y tranquila, acostumbrada a todo, a su lucha, a su trabajo, a las lágrimas que provocaba sin sentir dolor alguno, a los reproches de unos por llevarse el alma de quienes amaban y a la admiración de otros por su fuerza y su belleza. Estaba en la mitad de su vida, donde se sentía libre de su muerte y su renacencia, donde el vuelo se hacía ligero y el olor a sándalo apenas podía percibirse en el ambiente. El cielo estaba abierto y su padre la saludaba con tiernos rayos que iban indicando su camino y se sumaban al calor de sus alas rojas y naranjas.

Decidió no volver al nido, sino dar un paseo por un bosque al que hacía algunas noches había ido por el alma de un pequeño niño que, contrario a quienes han perdido la inocencia, sonrió al verla y jugó con sus plumas que ardían pero ya no podían hacerle daño. Recordó la pequeña conversación que sostuvo con él:
-¿A dónde vamos?- Preguntó el niño.
-Al lugar que tu quieras- respondió ella.
-Pero yo me quiero quedar aquí, en el bosque.
-Vas a tener tu propio bosque, igual, pero no va a ser este.
El niño se quedó pensativo, ella lo tomó entre sus garras y emprendieron el vuelo.
-¿Qué es lo que más extrañarás?- preguntó con mucha intriga.
-El bosque-
-¿El bosque? ¿No extrañarás a tus padres o a tus hermanos?-
-Cuando nací fui el hijo séptimo, ya no hubo alegrías ni bendiciones por mi llegada, solo una boca más que alimentar. Mi madre se ocupaba de los quehaceres del hogar y mi padre buscaba todos los días un oficio que le permitiese traer a la casa el pedazo de pan. Tan pronto como pude caminar salía todos los días al bosque, mi primer recuerdo lo tengo allí, abrazando un árbol y quedándome dormido junto a él. El bosque es mágico, te da lo que necesitas. Para mí fue padre y madre, los animales me dieron de comer, el bosque me guió hasta su río y los árboles movieron sus ramas para dejarme ver las estrellas… lo extrañaré.
-No te preocupes, tendrás uno igual-
-Pero no será mi bosque- dijo el niño con tristeza.

Se sintió conmovida y recordó las reglas. No podía sentir nada por aquellos a quienes llevaba, no estaba permitido, no era esa su función ni tampoco podía aspirar a ello. Guardó silencio durante el resto del camino, se cuestionó la razón por la cual había hablado con aquel niño después de tantas muertes y tantas vidas sin pronunciar palabra. Por un momento pensó que todo había sido producto de su imaginación, no entendió la elocuencia del niño pero luego recordó lo que le habían dicho: quienes no han perdido la inocencia tienen en su ser la misma sabiduría de los dioses.

Entonces fue al bosque. No se acercó a los árboles ya que no quería lastimarlos, se debilitó al máximo para evitar quemar la más mínima hoja pues cualquier chispa que brotase de su cuerpo podría acabar con el hermoso lugar. Alistó las garras y caminó por el borde del río y justo cuando se preparaba para irse, notó a lo lejos el vuelo de unas alas parecidas a las suyas pero de colores oscuros, muy diferentes a los que a ella la distinguían. Sin embargo no sintió curiosidad alguna por el ser a quien pertenecían, abrió sus alas y emprendió su vuelvo pero el joven Águila que acababa de verla no podía retirarle su mirada.

Jamás imaginó ver una figura tan hermosa como aquella que había visitado su bosque ese día. El Águila quería volar junto al Fénix y no despegarse de ella nunca. No obstante, el Fénix no quería compañía, jamás la había necesitado, jamás la había deseado, así que el águila fue tan insignificante como aquellos que dejaba llorando luego de cada visita.

El deseo del Águila fue más fuerte que la evasiva del Fénix. Emprendió el vuelo para alcanzarle a pesar de que ella volaba muy rápido. Gritó desesperadamente tras de sí, implorándole solo unos minutos en su compañía, solo un momento de juego, de vuelvo, ¡de vida!

El Fénix, en su naturaleza imponente y espontánea, ardió más fuerte de lo normal en su vuelo libre, queriendo evitar al Águila que no se daba por vencido y pretendía tocar sus alas, convencido de que así, ella se enamoraría perdidamente de él.

Y fue entonces cuando el Águila, en una carrera que impulsaba su corazón logró alcanzarla y la tocó, pero solo hasta ese momento entendió que tras de quien iba era el Fénix, que no debió nunca tocarle, siquiera seguirle. Empezó a perder vuelvo, a sentir como cada una de sus plumas se quemaban mientras caía precipitadamente al suelo ¡Grito pidiendo ayuda al Fénix! Pero esta no quiso voltear a mirar.

El águila cayó, sintiéndose herido de muerte las lágrimas se desprendieron lentamente de sus grandes ojos. El Fénix nunca volvió al bosque.

Esto fue lo que pasó el día en que un Águila se enamoró del Fénix.



Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Buena metafora, y al dia siguiente, ¿que paso?
Fenix ha dicho que…
El Fenix nunca regresó al bosque aunque el Águila solía salir de él y verla volar de vez en cuando...
Eagle ha dicho que…
Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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