Hasta Pronto, Capitán


Hoy fue el día de la despedida pospuesta, la oficial. No hubo ni ha habido lágrimas, aunque las deseo. No hubo drama, no hubo promesas, todo se deshizo como se hizo, tal como rezan los principios. Un cierre, un abrazo, los “cuídate” respectivos, las sonrisas, el café sin azúcar que no supo amargo.

Sin explicaciones nos llevó la corriente, los pensamientos me atacan, los recuerdos me invaden, el olor a vino y a cerveza, tu colonia, las ondas de tu cabello negro, el mechón de “Clark Ken” que siempre me ha parecido encantador, tu sonrisa y los comentarios salidos de lugar, el rubor de mis mejillas, la vida simple y tranquila que se respira cuando el mundo se reduce a una conversación sobre cualquier cosa.

No íbamos a caer en los clichés, por supuesto. No hubo último beso, ni ninguna cábala de despedida ¡Pero cómo te habría besado yo ese martes si hubiera sabido que era la última vez!

Los reproches los mando a la basura, no me importan y las preguntas desaparecerán con el tiempo, de nada me servirá preguntarme qué habría podido hacer de más o de menos; estas cosas deben ser muy espontáneas y aunque te extrañe y sueñe contigo, sé que el paso de los días me permitirá disfrutar de tu recuerdo sin dolores. Mientras tanto quiero guardarlo todo en una caja y atesorarlo con cuidado, quiero que no se me olvide la primera noche, los desaciertos, la paciencia, el cariño, la delicadeza, las piernas desnudas que convertías en guitarra, la pasión con la que respiras… la pasión que me enamoró de ti.

Ahora que lo pienso, la relatividad del tiempo nunca se me había presentado más clara: un instante en tus brazos, una eternidad la que tenía que esperar en el tráfico cada vez que acudía a verte.

Quiero que seas feliz, Capitán, que te vayas, que regreses, que sonrías, que te enamores, que la vida recompense la gran persona que eres. Quiero escucharte cantar mil veces, pelear dos mil, verte rascar los ojos por debajo de los lentes cada vez que le das seriedad al asunto, quiero que sigas brillando y compartas tu luz a los demás.

Tras una tarde de remembranzas, donde recordé lo diminuta que se siente mi mano entre la tuya, lo difícil que es seguir tu ritmo cuando caminas rápido y un paso tuyo equivale a dos míos, lo dulces que se sienten tus besos y lo encantador que fue amanecer a tu lado, sólo puedo agradecer por tanto, por la generosidad con la que me acogiste y la tranquilidad con la que hoy te vas.

Y no te miento, tantas veces estuve a punto de correr y pedirte que esperaras, que olvidaras mis palabras y lo intentáramos de nuevo, sin embargo no me perdonaría contaminar este sentimiento; ya te lo dije, estas cosas deben ser demasiado espontáneas y no podía ignorar nuestra lejanía.

Espero que todas las estrellas del universo te guíen y te protejan, que las nubes se borren de tu cielo y que el viento siempre sople a tu favor.

Buen viaje, mi amado Capitán, buen viento y buena mar.


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