Destinatario


Creo que, aunque me he despedido, te seguiré escribiendo. Y es que tengo algunas ventajas: el anonimato de mis letras y la pequeña, casi nula posibilidad de que las descubras.

Necesito escribir, porque escribo lo que no grito, escribo lo que en temores callo, y lo que guardo -aún de las letras- me desangra en lágrimas, en insomnios, en pesadillas lúcidas y angustias constantes que no me dan tregua.

Así que me tomo el atrevimiento de elegirte, Capitán, como destinatario de las catas que no llagarán a puerto, con el cariño y la devoción que aún te tengo, con el fuego del alma que no me permite rendirme y con el recuerdo de tu sonrisa que no me lastima.

Te pienso y te recuerdo todas los días, te sueño y te anhelo. Despierto con tu rostro fijo en mi mente; en mis sueños soy libre y camino junto a ti.

De mi agridulce despedida no tengo mucho que decirte. Caminé en una dirección diferente y no era tu obligación seguirme, pero extraño tus manos, tus brazos, nuestras noches, las risas, los domicilios, las vergüenzas, el vino, las charlas vanas, las productivas... las amenas e irreemplazables charlas.

De mi valentía no puedo preciarme, sólo me atreví a decirte que te quiero, no quería asustarte con mi enamoramiento inocente. No sé cómo me quisiste pero lo hiciste a tu manera... a veces los modos no coinciden.

Lo bonito de esta historia es que cada vez que ocurre algo que me hace recordarte, la sonrisa en mi rostro es espontánea, creo que es una forma auténtica con la que mi alma me indica que esta tranquilidad es el producto de una historia bien vivida.

¡Ay Capitán! Me aterra pensar en el futuro, en todos los temores que se pueden materializar, me aterra la desesperanza y le pido al cielo que me enseñe como encontrar la fortaleza que te vi en tus dolores.

Voy a terminar esta carta divagando sobre nuestro futuro. Yo terminaré desapareciendo entre el olvido, porque dudo mucho que llegue a tu mente una tarde, en algún café de París, aunque tal vez alguna mala lectura te recuerde que no sabía escribir, que no pongo comas, las frases las hago largas y no me dejo corregir. 

Tú te convertirás en una leyenda y te seguiré dirigiendo mis cartas, Capitán. Siempre serás este Capitán y en mis noches de tormentos y mis impulsos por escribir, sabré, Capitán, que más allá de la leyenda en alguna parte de este mundo hostil, la pasión con la que vives se habrá materializado y el terror de mis angustias me dará una tregua, porque sabré, sin verte, que eres real.

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