DE LA INJURIA Y LA CALUMNIA O LAS ESTRATEGIAS DE CONTROL Y ENCUBRIMIENTO DE LOS AGRESORES



Iniciaré este escrito con un relato de mi adolescencia. Han pasado varios años y tal vez cometa algunas imprecisiones producto del paso del tiempo, trataré de ser lo más fiel a mi recuerdo.

Cuando estaba en el colegio, hacia el grado noveno (curso que inicié con 14 años y culminé con 15), empezó a correr el rumor de que uno de los profesores de educación física tenía una relación con la una niña de un grado inmediatamente inferior al mío. A ese profesor lo llamaré Federico y a la estudiante Sara.

Sara era una niña muy bonita de unos ojos grandes y expresivos y unos rizos envidiables. Yo recuerdo que cuando la veía pensaba “parce, a esta vieja le queda bien hasta el uniforme”. Recuerdo que era buena en los deportes y que cuando inició el rumor yo la veía constantemente en el gimnasio y en el cuarto donde se guardaban los materiales para la clase de educación física. De hecho, ahora que lo pienso, no tengo recuerdo de Sara en un uniforme diferente al de educación física.

Federico era un hombre joven del que muchas estudiantes hablaban y decían que “estaba bueno”. Recuerdo que tenía una sonrisa muy bonita y que me parecía una persona amable y agradable con la cual  podía hablar. Siempre usaba gorra y solía hacerme llamados de atención cuando corría mucho, pidiéndome que tuviera cuidado por mis problemas médicos. Todo era normal.

Al principio no creí en el rumor. Me parecía realmente reprochable que eso sucediera, pues siempre consideré que los profesores debían tener una ética muy estricta que les impidiera incurrir en esos actos, además, consideraba que él sería incapaz de una acción de ese tipo.

Luego, todo empezó a volverse más evidente. Cuando estaba en décimo era muy notorio que algo pasaba entre ellos dos. Debo ser sincera: yo cuestioné y culpabilicé a mi compañera y seguía viéndolo a él como una buena persona, pero con el tiempo eso cambió. Recuerdo haberla visto llorando varias veces, recuerdo verla salir corriendo más de una vez del gimnasio y recuerdo haber escuchado a Sara ser grosera con otras compañeras y otros profesores. De alguna manera, sabía que lo que sucedía entre Sara y Federico no era normal, no sólo por ser él profesor y ella estudiante, sino porque sentía que era una carga desproporcionada para ella, que en esa relación ella era la que tenía más cosas que perder.

Estando en once, un día hablé con las amigas de Sara porque ese día ella estaba realmente afectada. Pregunté si había algo que se pudiera hacer y ellas me respondieron que nada, que había peleado con Federico –como de costumbre- y que había que esperar a que se le pasara, que seguramente estarían peleados unos días y que luego volverían, que Sara “estaba muy tragada de ese man”. Recuerdo que ese día Sara no tenía sus ojos grandes y expresivos ni sus rizos perfectos, más bien su cabeza era una maraña y su mirada se perdía en el suelo dejando ver emociones como la rabia y desconsuelo. “Pobre Sara”, pensé “y maldito Federico”, rematé.

Llegó la graduación y durante el primer año siguiente estuve muy pendiente del colegio. A veces iba o hablaba con una prima que aún estaba estudiando allí. Entre tantas conversaciones y amistades un día me enteré de que una compañera de mí generación a la que llamaré Leila estaba metida en un problema en el que la amenazaban con meterla en un lío penal. No sé si para ese momento Leila era mayor de edad, pero por cómo me contaban la cosa, todo parecía muy grave.

El asunto fue así: Leila comentó en redes sociales la relación de Federico y Sara. Hay que tener en cuenta que en ese tiempo las personas recién empezaban a abrir sus primeras cuentas en Facebook, y que MySpace era lo más conocido. Para Leila no significó ningún problema hacer el comentario, pues no era consciente de la masificación de las redes y, en todo caso, no dijo nada que no fuera cierto. Sé que ella hizo un comentario refiriéndose a que Federico era un acosador o un abusador.

Este hecho llegó a oídos de Federico a quien no le hizo gracia la situación y puso una queja ante las directivas del colegio ¡Hágame el favor! No sé si Federico aceptó o no que tuvo una relación con Sara, pero sí sé que Leila fue citada y amenazada con ser denunciada penalmente por el delito de injuria o calumnia, que la amenazaron con sus padres y que le hicieron sentir miedo, un miedo que ella no merecía y que no tenía por qué soportar. Tener entre 17 y 18 años, estar empezando una carrera universitaria y recibir una amenaza de ese tipo es algo realmente agobiante.

Sé que cuando tuvieron la respectiva reunión –porque a Leila la obligaron a ser confrontada con Federico- él lloró y la acusó de que con su relato le podía haber dañado la vida. Hoy, cuando escribo esto, siento tanta indignación ante el descaro y la manipulación de Federico que aprieto los puños y hago un esfuerzo por no golpear la mesa.

¡Fueron tantas las cosas que estuvieron mal ahí! Que me indigna pensar en que las tengo que explicar porque el machismo y la violencia contra las mujeres están tan naturalizados que simplemente esto se ve como algo normal.

Federico nunca tuvo por qué salir con Sara, así como los profesores no tienen por qué salir con sus estudiantes. Aquí no se trata de anular la voluntad de las mujeres, sino de entender que entre uno y otra hay una relación de poder que vicia el consentimiento y que así ella quiera estar con él, la relación de poder no desaparece. Lo mejor que pueden hacer es aguantarse las ganas, al menos hasta que la relación de poder desaparezca y entonces sí iniciar el coqueteo. Esa es la responsabilidad del profesor, la exigencia ética que se le puede y se le debe hacer al ser una persona que está en una posición de poder.  

Pero a esto agreguémosle que Sara era considerablemente menor que Federico, al menos por diez años ¡Sara era una niña! Una niña que, además, tuvo que cargar con el peso de una relación tóxica y tortuosa, una niña que tuvo que guardar silencio para proteger a su agresor porque estaba enamorada de éste. Sara era una niña que merecía explorar y descubrir su sexualidad con alguien de su edad, que merecía tener una relación acorde al momento de la vida que estaba viviendo, que no merecía llevar la carga de no meter en problemas a su agresor, de no sentirse culpable ante el temor de que los descubrieran. Sara merecía tranquilidad y respeto.

Y ahora hablemos de Leila. Leila hizo lo que cualquier persona que tuviera conocimiento de esa situación debió hacer: denunciarla, y fue penalizada por ello. Leila fue castigada por hacer lo correcto y lo peor es que nuestra realidad está llena de Leilas. Todos los días, cuando las mujeres hablan y cuentan lo que viene sucediendo con sus agresores o los agresores de otras, aquellos las amenazan con denunciarles por injuria o calumnia y lo que es peor, muchos agresores lo hacen. El derecho se convierte en el arma para atacar el empoderamiento de las mujeres, para revictimizarlas, para empujarlas a guardar silencio, para mantenerlas oprimidas aguantando y siendo espectadoras silenciosas de las agresiones que contra otras se cometen.

Hace mucho tiempo no hablo con Leila, pero me pregunto si ella habrá sido capaz de volver a denunciar una situación así o si la experiencia le habrá hecho asumir la postura de quedarse callada para “no meterse en problemas”.

Para terminar, quisiera hacer una pequeña reflexión sobre las redes sociales, las denuncias sociales, los derechos de las mujeres víctimas de violencia machista y los delitos de injuria y calumnia. Leila no sabía que esto sucedería, pero ella fue pionera. Los espacios como las redes sociales se han convertido en herramientas útiles que las mujeres pueden usar a la hora de reclamar la garantía de sus derechos cuando el Estado y la administración de justicia, les han fallado. Hablar por redes sociales, denunciar por redes sociales ha permitido visibilizar el problema y exigir soluciones, ha logrado convocar el apoyo que no se ha recibido de parte de la institucionalidad y ha permitido cualificar la lucha de algunas mujeres a través del intercambio de experiencias con otras.

En este punto, la denuncia social es la respuesta a la impunidad, a la inoperancia del Estado y a la violencia que las mujeres han tenido que soportar. No obstante,  los agresores han contestado por medio de la denuncia por injuria o calumnia, la cual –paradójicamente- sí termina prosperando y lo hace porque no tenemos operadores judiciales que cuenten con una adecuada perspectiva de género.

Porque la perspectiva de género no se debe aplicar sólo a una o dos fiscales que se encarguen de estos temas, sino que debe ser un elemento indispensable con el que deben contar todas las personas que administren justicia en este país o intervengan en los procesos judiciales. De esta manera, se podrá entender las dificultades probatorias que la violencia machista presenta, para avanzar hacia una transformación del derecho que permita superar tales dificultades y garantice los derechos de las mujeres víctimas. Recordemos, por ejemplo, que la mayoría de los delitos relacionados con violencia sexual se cometen en espacios privados, íntimos, donde los únicos presentes son la víctima y el agresor.

Finalmente, deseo dejar algunas recomendaciones a las mujeres que quieran seguir haciendo denuncias sociales para contar sus historias y hacer valer sus derechos:

·         En la injuria y la calumnia hay algo que se llama la “excepción de verdad”. De forma muy somera, esto implica que si hay manera de probar que lo que estás diciendo es verdad, entonces no estás incurriendo ni en injuria, ni el calumnia, según sea el caso.

·         Si quieres hablar de un proceso en curso, puedes usar expresiones como “esta persona está siendo investigada por…”, “Actualmente hay un proceso penal en curso por el delito de…”. De esta manera, no estás faltando a la verdad.

·         Busca grupos o páginas que compartan denuncias anónimas y no identifiques al agresor, pero hazlo identificable. Usa características de esa persona y explica muy bien la manera como actúa para que otras mujeres puedan identificarlo sin necesidad de conocer su nombre.


Dejo hasta aquí esta entrada, si Leila me lee le pido que me disculpe por haberme adueñado de su historia, en mi defensa diré que es mi modo de hacer algo al respecto, aunque se produzca varios años después.


Fénix


P.D. La última vez que fui al colegio, Federico seguía siendo profesor de educación física.  

Comentarios

Eagle ha dicho que…
"Sino de entender que entre uno y otra hay una relación de poder que vicia el consentimiento y que así ella quiera estar con él, la relación de poder no desaparece" Coincido con todo lo redactado y principalmente en esto.

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