Macarrón





Una vez más, la muerte toca nuestra puerta. Para esta visita no deseada jamás estaremos preparados, siempre pensamos en este momento como en el punto distante en el camino al que algún día llegaremos y llegarán los nuestros. 

Así que de repente un día, ella se presenta para confirmarnos toda la fragilidad humana. No somos culpables por no sentirnos listos para una partida ¿Cómo estarlo cuando nuestro Lisandro se ponía en pie todos los días para iniciar su deseada jornada diaria? ¿Cómo creerlo frágil si ni el tiempo ni los vientos agrestes de la vida lograron aplacar su carácter y dominar su determinación? ¿Cómo pensar que el hombre de los ojos verdes, que trabajó por su familia, oró por sus hermanos y cargó en sus brazos a hijos, sobrinos, nietos y bisnietos, cerraría sus ojos para darnos un último pedazo de sí envuelto en un gesto alegre, tranquilo y en paz, con el cual se despediría de nosotros para volar al cielo y regalarle al creador su mirada, ese brillo que ahora nosotros extrañamos? 

Es difícil no sentir tristeza ante la partida de un hombre que dejó huella en todas y cada una de las personas que conoció y que lo recodarán durante mucho tiempo, transmitiendo su recuerdo a las generaciones venideras, pues su carácter, su energía y vitalidad para montar el caballito de acero, esa bicicleta que fue su fiel compañera durante tantos años en sus viajes matutinos, su amor y dedicación a sus animales que generó un vínculo incomprensible entre ellos, quienes aún esperan la llegada y los trabajos de su amo en las puertas de Villa Norma, y todas las enseñanzas que dejó grabadas en su familia; harán de su nombre un relicario digno de ser transmitido como el tesoro más hermoso de una familia que al mundo obsequia su más preciada posesión: el amor por los suyos y el servicio incondicional a los demás. 

Sin embargo, ante este bocado agridulce que representa el momento difícil al que la vida nos ha enfrentado, queda un espacio para los sentimientos de alegría y gratitud, dirigidos estos a Dios y a la vida quienes nos han brindado la bendición de conocer y compartir con nuestro LISANDRO RICO FIERRO y guardar en nuestra memoria todos los momentos en que las palabras y las risas fueron el aire de nuestro ambiente. Entonces este hombre no nos abandonará y confiamos en que dónde esté repita a nuestros corazones, en los instantes de tristeza y melancolía, una frase no sólo de consuelo sino de esperanza y fortaleza a todos los que le extrañemos: 

“La muerte no existe, la gente sólo muere cuándo la olvidan; si puedes recordarme siempre estaré contigo”.*


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* Frase perteneciente a Isabel Allende, escrita en su obra Eva Luna

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