Bipolar



Será esta la primera vez en la que hable sobre este tema, el trastorno con el que convivo tal vez desde que nací y que algunos días me hace la vida de cuadritos, otros me llena de esperanza con un futuro prometedor y otros me deja vivir como si nada y como si todo.

Las sospechas sobre el trastorno afectivo bipolar (TAB) empezaron en la adolescencia, cuando los cambios propios de todas las adolescentes, en mí se manifestaron de una forma más fuerte, el diagnóstico llegó tiempo después, antes de los 17. Empezó la medicación, la terapia, pero no hubo charlas, nadie me explicó de qué se trataba, mis padres tampoco lo sabían, el médico psiquiatra se dedicaba a recetar cada vez más y más medicamento, las dosis aumentaban, el cuerpo lo rechazaba, el galeno no me escuchaba, pensaba que sólo me resistía, vinieron los vómitos, los problemas estomacales, los dolores, el fastidio, el temor, la ansiedad, la rabia, las dudas ¿Y si no lo tengo? ¿Y si me estoy envenenando con medicamentos? 

Así que un día decidí que no tenía TAB, le dije a mis papás que no volvía al psiquiatra, empecé a leer por internet, supe qué era, pero me dije “soy fuerte y lo puedo manejar sin pastas”. Craso error, tiempo después de abandonar la medicación de manera abrupta, vino una depresión y por más que lo intentaba no me podía levantar, un día supe que ya no tenía fuerza para seguir batallando por salir ese pozo en el que me ahogaba. Y naufragué.

Poco recuerdo de ese día. Sé que fue en julio antes de mi cumpleaños. Sé que no quería hablar, sé que cuando me empecé a recuperar sentía vergüenza… sé que aún la siento.

¿No pensó en sus papás? Me preguntaban y reprochaban los que iban a visitarme. Para unos fui cobarde, para otros me había condenado: Dios no me dejaría entrar al paraíso y estar en su presencia. Tenía pesadillas imaginándome un purgatorio donde todos los días eran aquel día de julio, no hablaba por vergüenza, por rabia, por impotencia, porque no entendía qué me pasaba.

Mi salvadora fue ese ángel de cuatro patas, que ha iluminado mi vida desde hace más de una década, ella me devolvió a la vida.

Llegaron los esperados 18 años y gritaba histérica con una amiga -con quien cumplimos años en fechas cercanas- la felicidad de haber llegado vivas, sin que ella supiera lo que había pasado.

Y pude seguir. Llegó un tiempo tranquilo, pude ser una universitaria más, correr por el campus, dormir en el pasto, beber cerveza y poner a mi hígado a prueba. Cantaba, tocaba teclados, aprendí a tocar guitarra y aprendía a ser abogada. Por un momento sentí que podía cambiar el mundo si me lo proponía, pero fue mi mundo el que de nuevo cambió.

Ese tiempo se acabó, llegaron otros malestares, ataques de pánico, temores, insomnios, llantos, ansiedad, pero esta vez la experiencia me advirtió que lo malo estaba por venir y supe pedir ayuda. Mi madre, la valiente, la fuerte, la “frentera” asumió la situación. Otra vez al psiquiatra, otra vez los exámenes, las charlas, las preguntas, la zozobra, el diagnóstico: Trastorno afectivo bipolar.

¿Qué sentí? Miedo, el monstruo del espejo era real. 

Pero no recorrí el mismo camino dos veces. Lloré, lloraba siempre, me dormía y me despertaba llorando, sabía que necesitaba urgente tratamiento, sabía que no podía dejar que el tiempo pasara mientras yo de nuevo me acercaba al abismo. Así que hablé con mis padres, encontré un instructivo para familiares y amigos de una persona con TAB, se los entregué, les pedí que me manifestaran las dudas, y yo me enfrenté a la psiquiatría de nuevo.

Esta vez, todo fue diferente. Una mujer con el cielo inmortalizado en los ojos, me explicó qué pasaba, me tranquilizó, respondió a cada pregunta, me invitó a que hiciéramos un plan y ha funcionado, aunque no todo ha sido perfecto.

Con reparos acepté la medicación (que no fue la misma que había recibido con anterioridad) y fui paciente para esperar a que hiciera efecto. He aceptado los efectos secundarios pero tomo medidas al respecto: hago ejercicio para los temblores, cargo agua a todas partes para la sed y me cuido en la alimentación para mantener el peso. 

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Hasta aquí la primera parte de lo que pienso escribir al respecto. Las preguntas, los comentarios, en fin, pueden ser dejados en esta publicación.

Fénix

Comentarios

Miguel ha dicho que…
Crees que por ese trastorno escribes bien?
Anónimo ha dicho que…
Que profundidad, gracias por expresarte y hacer caer en cuenta a las personas de que los problemas que uno tiene muchas veces son nada comparados a lo que has sufrido...
Ximena ha dicho que…
Gracias por compartir tu historia, voy a seguir la. Mi pregunta es crees que el TAB tenga cura? Cuánto tiempo piensas tomar los medicamentos? Se puede tener una vida común y corriente?
Anónimo ha dicho que…
¿No sientes que te expones demasiado?

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