Diálogos con Azrael


La inconciencia le resultaba placentera. Unas píldoras para dormir vendrían bien, no muchas, no pocas, solo las suficientes para perder la conciencia. Cerró los ojos, poco a poco se fue yendo, el cuerpo se despedía del alma pero esta permanecía atada por un hilo de oro.

-Llegas tarde

-No sabía si debía venir

-Eres tu la que me busca, no te entiendo.

-No quiero ir contigo, solo conversar.

La Muerte avanzó tiernamente hacia ella, con pasos ligeros, suaves, indetectables por el viento. Su apariencia de niña inocente contrastaba con su mirada de mujer centenaria; su rostro permanecía sereno y en su mano izquierda cargaba una vela que alumbraba sus pasos.

La siguió sin temor, tranquila, consciente de haber sido ella quien le había llamado.

-¿Vale la pena correr el riesgo de llamarme?

-No lo sé.

-Verás, debes saber que una vez me llamas yo decido si te llevo conmigo o si te dejo regresar.

Sintió un vacío en su estómago y una punzada en el pecho. No había tenido en cuenta aquel detalle.

-¿Qué determina tu decisión?

-Tú.

-No entiendo.

-Son las reglas, solo eso puedo decirte. Dime ahora qué quieres hablar conmigo.

-¿Eres feliz?

-¿Por qué me preguntas eso?

-Quiero saber de ti.

-La felicidad es un estado que yo jamás he experimentado, porque yo soy y no soy. Vivo en ti, en todos, pero estoy lejana a aquello que imaginan. Es su vida lo que me alimenta.

-¿Te sientes sola?

-No siento, porque yo no tengo vida.

-¿Y tu apariencia de niña?

-Soy la imagen que me quieran dar. La imagen que su alma desee, el deseo más querido que llevan por dentro.

Dichas palabras hicieron eco en su cabeza. La muerte la miró fijamente a los ojos y le dijo:

-He tomado mi decisión, es hora de que vuelvas a casa. Ya tienes todas tus respuestas y eres libre de elegir que camino tomar, pero si vuelves a llamarme tendré que llevarte conmigo. Esta es tu última oportunidad.

Despertó con su cara y su espalda bañadas en sudor. Aspiró una gran bocanada de aire, sus ojos se movieron desorientados intentando encontrar una forma familiar. No podía distinguir la realidad de la ficción, el sueño se desvanecía lentamente. Eran las tres de la mañana y la vela que la niña había sostenido permanecía encendida en la mesa de su habitación. Consumida hasta la mitad, la llama débil se negaba a extinguirse.


Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Aun no son los suficientes.

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