Destino






Ella

Empacó la última camisa, suspiró, revisó su lista; todo estaba en su lugar. Cerró con suavidad su maleta, en realidad no era tan pesada, había decidido no llevar mucho, solo lo más querido  teniendo cuidado de no inmiscuir recuerdos que definitivamente se iban a quedar en su habitación. Tomó las fotografías, los regalos, y algunas boletas viejas de eventos a los que había asistido, los guardó con delicadeza en un caja que había dispuesto para ellos, la selló y marcó de inmediato, la iba a enviar a casa de sus padres, allí estarían seguros.

No tenía planeado volver, pero conocía sus impulsos, quizá algún día pidiera que se los enviaran ¿por qué no? Lo mejor era no deshacerse de ellos, al menos no por el momento.

Tomó el abrigo, sabía que iba a necesitarlo, recordó que debía comer algo pues el viaje sería largo, sin embargo prefirió esperar a la comida que le brindasen en el avión. Era de noche y se agotaba el tiempo, decidió esperar solo diez minutos más, entre tanto fue pidiendo el taxi,  aunque quizá alguien tocara a su puerta.

No hubo un solo golpe, acomodó cuidadosamente las notas que dejaba. Cuando tomó la decisión de irse, hacía unos pocos días, se había asegurado de contratar con una compañía que se encargara de todo: el arrendamiento de su departamento, el envío de los utensilios personales, en especial sus preciados instrumentos musicales y a casa de sus padres aquello que podía serles de utilidad y aquello que significaba su propio tesoro; y desde luego, las cartas con instrucciones para quienes las necesitaban.

Se preguntaba si la odiarían, si la perdonarían, pero recordó su serenidad: solo necesitaba el perdón de si misma y este viaje era su acto de contrición.

Escuchó el sonido de una corneta: su taxi estaba aquí. Con tranquilidad tomó sus cosas, un último suspiro, un último vistazo hacia atrás, a su vida, la que moría. Caminó como lo hacía habitualmente rumbo al trabajo, se despidió del portero quién no notó la diferencia entre sus viajes laborales habituales y este, el definitivo.

Subió al taxi sonriente, de repente esta locura se definía como su propia aventura, una idea que desde luego le seducía. No tardó mucho en llegar al aeropuerto. Su madrugada inició con una de aquellas filas propias de los viajes internacionales. Finalmente subió al avión, se sentó, miró por la ventana, veinte minutos más tarde estaría despegando.

La ciudad, pequeña a la distancia, resultaba alegre con sus luces. Tuvo visiones donde viajaba a lugares distantes, de gran altura y en una amada compañía compartía besos, caricias y el horizonte de aquella ciudad, la querida, de la que se había sentido orgullosa. En la cajita había dejado la materialización de sus recuerdos, sin embargo, en su mente la caja de pandora se negaba a cerrarse.

Y la ciudad desapareció, luego vio el campo y pasó lo mismo. El océano se hacía inmenso ante sus pupilas, lo observó por un rato, pero sus ojos estaban cansados y su alma solicitaba abandonar su cuerpo, entonces el sueño llegó.

Despertó con el olor de la comida, recordó que debía alimentarse y se dispuso a ello. El resto del viaje transcurrió amenizado por la música que llevaba en su reproductor, no pensó, no se lo permitió, de dedicó a corear canciones y trazar dibujos en su cuaderno de siempre.

Por fin llegó el momento del aterrizaje. Un poco de vértigo, luego una fila más y finalmente el arribo formal. Caminó decididamente hacia la puerta de vidrio, del otro lado le esperaba un amigo, su cómplice.

Le saludó con alegría, llevaban años separados físicamente, pero su camaradería siempre se mantuvo intacta. Nadie mejor que él para guiarle en este nuevo mundo.


Pasó el tiempo, algunos meses fueron necesarios para que sintiera la valentía de comunicarse.
-¿Aló?
-¿Eres tu?
-Si mamá, soy yo.
-¡¿Dónde carajos estás metida?!
-Estoy bien, eso es lo que importa.
-¡claro! Lo único que importa eres tú.
-No tengo tiempo mamá, ¿Está todo bien?
-Si por bien te refieres a que estamos vivos, si.
-Lo siento mamá, quisiera que vinieran a pasar una temporada conmigo, más adelante les enviaré los boletos. Por ahora solo puedo pedirte que me perdones, era algo que debía hacer.

La bocina estuvo en silencio un momento.

-¿Mamá? ¿Sigues ahí?
-Si, bueno, es solo que… supongo por qué te fuiste, aunque no lo entiendo y creo que debes saber que él ha venido todos los días, a preguntar por ti.

Su corazón dio un brinco, se sintió mareada, el estómago se revolvió dentro de su ser, las manos empezaron a sudar profusamente. Esta era la razón por la cual no había querido llamar.

-mmm, ¿algún mensaje en especial?
-Todos los días me dice lo mismo, que no entiende que pasó, que necesita hablar contigo, que…
-Déjalo así- interrumpió –Te llamo luego, se me acabó el dinero -mintió.



Él

Volvió a tener el mismo sueño. La veía llorando, triste, sola; corría en su auxilio pero al llegar una barrera invisible le impedía acercarse, ella se quejaba de dolor y soledad y aunque él estaba a su lado parecía invisible, no podía tocarla ni alcanzarla; sentía tanta angustia que lanzaba puños al aire intentando derribar lo que fuere que estuviese separándolos, entonces la barrera desaparecía... pero ella también. Se despertó con la frente juagada en sudor. Hoy iría a verla, ya nada se lo impediría.


Un comienzo difícil, una vida sin espacio para ella, una vida que en realidad no le dejaba vivir, que parecía más una cárcel que un camino y sin embargo ahí estaba, su amor, su lucha, su esperanza. Los problemas se hicieron más difíciles, debió alejarse, pero sabía que ella le esperaba, segura, paciente, jamás dudaría de su incondicionalidad.

Y los problemas pasaron. De repente, un día los muros se vinieron al piso como un castillo de naipes, era el momento de buscarla, de estar a su lado. Pero la cobardía llegó, no encontraba razones para estar alejado y aun así lo seguía haciendo. Decidió esperar, una semana más no significaría mucho, era lo necesario para estar seguro de lo que quería.

Todos los días la pensaba, la quería, ¿pero acaso la amaba? Era esa su mayor preocupación, confundir el cariño con el amor, un sentimiento de apoyo y agradecimiento, con el romance. Luego venían los sueños, la necesidad de protegerla, la desesperación por su lejanía. Era injusto hacerla esperar.

Así que ese día lo decidió. Ese día la iba a buscar.

Despertó tarde, lo suficiente para hacer del desayuno y el almuerzo una sola comida. Pensó que lo mejor era compartir la tarde con unos amigos, ya en la noche tendría tiempo para ella. Un par de tragos se convirtieron en una botella, la charla superó la tarde y se adueñó de parte de la noche. Recordó su decisión, no fallaría esta vez.

No obstante, los amigos fueron insistentes, un par de copas más fueron necesarias. Tomó un taxi, le indicó la dirección. Llegó hasta la puerta y bajó del vehículo con pasos dudosos ¿Qué diría ella ahora? ¿Pensaría que su impulso obedecía al licor y no a su voluntad? Dio unos cuantos pasos hacia atrás, pero no quería irse ¿qué debía hacer entonces? Caminó hasta una tienda cercana, compró un cigarrillo, mientras lo encendía escuchó el sonido de una corneta, la ignoró; fumó hasta terminarlo y metió un chicle en su boca, salió de la tienda y vio un taxi alejarse de la portería. Ahora si estaba listo.

Se acercó a la recepción
-Buenas noches, vengo al departamento de Ella.
-Ella se fue de viaje hace un momento.
-¿De viaje? ¿Está seguro?
-Si, acabó de subirse a un taxi y llevaba sus habituales maletas.
-¡Mierda!

Se reprochaba su estupidez, solo unos minutos los habían separado esta vez, ahora debía esperar a su regreso, una o dos semanas como era de costumbre.


Pasó un mes y no había tenido noticias de ella. Le había escrito un par de correos electrónicos que jamás habían sido respondidos, algo grave había pasado pero su indecisión de nuevo le había impedido arriesgarse a conocer la verdad. El único camino era ir a casa de sus padres, un mes era suficiente espera, debía hacerlo.

Llegó más rápido de lo que planeó –o quizá de lo que quería- tocó el timbre con toda la suavidad de la que era capaz, no obstante este emitió un chillido estremecedor. Pasaron unos segundos que para él fueron horas, por fin alguien abrió la puerta.

-Buenos días
-¿Qué necesita?

¿Y esta agresividad? Venía aquí en busca de respuestas y se encontraba con un saludo agresivo, más bien incómodo. Esta decisión había sido una completa y ridícula tontería.

Mientras tanto, la mujer recordaba las instrucciones de su hija: no responsabilizarlo a él por su partida, aunque su corazón de madre no se equivocaba. Así que hizo un esfuerzo por respirar profundo y corregir.

-Disculpa, no ha sido una buena mañana

Bien, un cambio de actitud de este modo le brindaba la confianza suficiente.

-No se preocupe señora, entiendo. Mmm –dudó –¿Estará Ella por aquí?

Entonces era cierto, no había desaparecido solo para su familia, sino para todos. No se había despedido de nadie ya que los amigos seguían llamando a preguntar y ahora él estaba ahí.

-Ella se fue hace un mes, no hemos tenido noticias, no nos dijo “adiós”, simplemente un día llegó una carta y nos enteramos de que estaba fuera del país, que era definitivo, pero no sabemos donde está- Y la madre no mentía, ella solo había dicho que cruzaría el océano y que en su momento sus padres deberían estar preparados para hacerlo, pero no precisó ningún lugar.

-¿Usted me dejaría ver esa carta?
-No puedo, ella me pidió que no lo hiciera.
-¿Y no hay una carta para mi?
-No.
-¿Algún mensaje?
-Tampoco.
-Entiendo. De cualquier manera, si a usted no le molesta vendré otro día, a preguntar qué ha pasado.
-Mira muchacho, yo la conozco, si se fue así es porque quiso romper con todo lo que tenía aquí. Es mejor que no te hagas ilusiones.
-No me las hago señora, solo quiero saber si está bien.

Su visita se convirtió en un ritual sagrado que debía practicar a diario. El sueño que le había acompañado  anteriormente ahora era más frecuente y la necesidad de tenerla cerca era el impulso que le hacía levantarse cada día.


Un día estaba tomando algo con unos amigos, ese día no había ido a aquella casa en la mañana, como ya era costumbre. Los tragos estaban amenizando una charla política bastante entretenida, de esas que él tanto disfrutaba. De repente miró su reloj, eran casi las 9:00pm, la noche apenas empezaba pero el desespero inundó su cuerpo al recordar que la madre de Ella solía irse a la cama temprano. De un brinco estuvo de pie, hizo un cálculo mental: estaba cerca, tomaría un taxi, alcanzaría a ir y preguntar, luego regresaría, se sentaría a la mesa de nuevo y aquello no le tomaría más de hora y media, quizá menos. Miró a sus acompañantes, todos estaban inmersos en la discusión del momento, era ahora cuando debía salir.

Pero uno de sus compañeros notó la huida -¿A dónde vas?–
Un escalofrío recorrió su espalda, no quería dar explicaciones –Tengo que averiguar algo, no tardaré-
-Vas a casa de ella- dijo el amigo, insistente.
-Ajá- respondió con resignación.
-Hombre ¿para qué te torturas?, ya no está y es obvio que aun si estuviera, no te daría la cara. Ya déjalo así.
-No puedo.
-¿Por qué?
-Porque me lo debo a mí mismo. Aún no creo que la haya perdido por culpa de mi indecisión.
-No es culpa tuya, amigo. Ella sabía que tú no estabas bien, si no te esperó, es porque no te quería lo suficiente. Piénsalo, ella no era para ti.

-Te equivocas, eso es lo que me tortura todas las noches. Ella soportó más de lo que yo mismo lo hice y esperó a que las cosas estuvieran bien. Pero cuando eso pasó, me acobardé y la dejé para luego. Y cuando la busqué ya no estaba. ¿Entiendes lo que digo? Pudo marcharse y dejarme solo con mis problemas, hacer su vida, irse lejos, ser feliz; pero guardó esperanza para mí y cuando las circunstancias fueron las adecuadas, mi mente me jugó una mala pasada creyendo que ella siempre estaría y entonces se fue. Quizá tenga de mi la imagen del hombre egoísta ¿quién soy yo para decir que no es así? No obstante, puede estar pensando que no la quiero ¡Si yo mismo lo pensé! Más no es verdad, no es así y me niego a ser víctima de mi propia mentira.

-Entonces, tu búsqueda no es por ella sino por tu propio perdón. Si te reconoces como un egoísta no haces nada para cambiarlo, por el contrario, continúas pensando en ti, en lo que sientes, pero ¿y ella?... ¿No crees que ya fue suficiente?

Las palabras retumbaron en su cabeza cómo un taladro hidráulico que perfora la roca más resistente. Detuvo el primer taxi, pero le indicó la dirección de su casa. Al llegar hizo rápidamente sus maletas, quería irse y escapar de todo, de sí mismo. Salió de prisa, tomó otro taxi y llegó al aeropuerto, preguntó por los vuelos disponibles, solo había uno que salía esa noche, a la madrugada, para ser más exactos. Compró el boleto y esperó. Una nueva vida le aguardaba en unas horas. No sabía a dónde iba a llegar, ni cómo iba a sobrevivir, pero algo sucedería, lo sabía.


Más la vida es caprichosa, justo cuando él decidió alejarse y dejar de buscarla, su ciudad de destino era aquella a la que ella había huido unos meses atrás.



Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Me produce escalofrío, el saberme participe de historias de esta índole...todos soñamos con esa partida, yo apenas estoiy decidiendo que recuerdos guardar en la cajita que le dejaré a mispadres, en caso tal que quiera que ellos conserven recuerdos que es bueno guardar por si acaso. :)
Anónimo ha dicho que…
Parece ser que tengo una ligera obsesión con la imagen del fénix, pero creo que esto, es el mejor ejemplo de renacer. lo haré algún día... Por si acaso.
Anónimo ha dicho que…
No tuviste que irte lejos para que estuvieras totalmente fuera de mi alcance.

Aún soy indeciso, aún vivimos en la misma ciudad

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