La Guerra




Quizá por influencia del morbo, de la curiosidad; quizá por acción de la voluntad, del orgullo o del placer; quizá por todos o por ninguno, decidí mirarlo y guardar esa imagen para siempre. Tirado sobre la cama, una que era nuestra sólo por nuestro momento y que desaparecería de nuestras vidas como desaparecen las rosas que se dejan en la tumba que jamás se volverá a visitar; las extremidades descansaban mientras el pecho bombeaba fogosamente, intentando recuperar el aire, aferrándose por vivir, como si de repente la muerte hubiera intentado arrebatarle la vida, un pedazo de vida que se había perdido, que quizá se había quedado atrapado entre mis piernas. 

Las pupilas dilatadas de un par de ojos que no buscaban los míos, que habían dejado escapar el alma que vagaba por ahí; miraban sin mirar el techo y yo me preguntaba qué pensamiento se atravesaba por su mente o si tal vez en su mente no había nada, si ese último gemido era lo último que el cerebro había sido capaz de fabricar. 

Y quise besarlo y consolarlo, abrazarlo con el calor que aún tenía en el cuerpo, sentirle la piel húmeda, los labios resecos, curarle el cansancio de la batalla, esa que parecía haberlo dejado derrotado pero que en realidad nos marcaba a los dos. Y es que había sido una batalla, una arremetida desenfrenada de los dos, una venganza, la intención de nuestra propia marca, la huella; la guerra que los dos habíamos buscado y deseado, la necesidad de una sangre que no nos pertenecía pero qué queríamos beber y retener. Había sido un enfrentamiento sin reglas, sin estrategias, con el cuerpo como el arma más letal y una mente ausente de raciocinio que no daba lugar a pensamientos de misericordia. 

Así que él estaba ahí, derrotado y no rendido. Yo le daba mi espalda pero giraba mi cabeza para verlo, para retratarlo, para observarlo cansado y frágil y entonces entendí que en un momento tal de vulnerabilidad no podía hacerle daño, yo también había perdido la guerra. Una guerra sin testigos, sin vencedores pero sí con vencidos, la guerra que se nos había dado la gana de librar y que como toda guerra había dejado una marca: ahora se había escapado un pedazo de vida de los dos.

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Ahí, sólo en esos casos es cuando todo justifica la guerra!
Anónimo ha dicho que…
Me ratifico, de lo mejor que has escrito últimamente. ¿Acaso no es excelente esa canción para lo que dice el texto?

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