Carta a Colibrí


A los tres años del último vuelo del Colibrí


Mi madre me dijo de la misa el viernes, aunque yo la esperaba desde el inicio de junio. Sigo yendo sagradamente, aunque sabes que no soy de iglesias, de curas, ni de religiones; que mi relación con Dios es sin intermediarios, a pesar de todas las veces que dije que creía en el Diablo cuando me reprochabas por atea… y nos reíamos por traviesa, por contestona, por rebelde, porque no me creías que adorara a Satán, porque yo sabía que no me creías, porque me dabas golpecitos de mentiras y me llamabas “so porquería”, porque siempre veías lo mejor en mí, aun cuando a mí se me olvidaba.

Así que a la misa voy por ti, porque así querías ser recordada, pero también te recuerdo en medio de todas mis risas, de mis alegrías, de los regalos que me ha dado la vida, pues tú fuiste uno de los primeros, mi adorada Colibrí y sé que en cada alegría que disfruto tu mano se haya escondida, sólo lo sé.

¿Sabes? Hace unos días dejé la formalidad y me quité los zapatos para subir los pies a un sillón, aunque sabía que ahí no iban ¡Y por supuesto que aún lo sé! Pero me los quité y como no me alcanzaba el espacio, traje otro sillón hacia mí, los uní e hice una camita, como si el tiempo retrocediera y estuviéramos pasando noches juntas, amaneciendo para ver cuentos y escuchar misa y cantar y reírnos y vivir… me quité los zapatos sin pena.

Aún tengo pesadillas y me da miedo dormir, así que me pongo la pijama al revés como tú me enseñaste, entonces te apareces en mis tormentas y charlamos de la vida un rato, me pones una canción de Pedrito Infante y silbas como siempre, sin que yo pueda parar de reír y decirte que pareces un pajarito, sin cejas y estirando el pico. Tú mi atrapasueños.

Yo sigo llevando la contraria porque para eso sí que soy buena ¿Recuerdas? Sigo pensándome el mundo más de lo que debería y sigo tratando de seguirte los pasos, de dar al mundo sin esperar, de ayudar siempre que pueda. Sigo recordando mi promesa y reprochándome todos los días por pronunciarla ¿Quién era yo para asegurarte que todo iba a estar bien? ¡Qué cara me cobró la vida mi prepotencia!

Y sigo llevando esta tristeza que me produce no verte más, sigo esperando que llegues a la puerta, que llegues a pedir tinto y te quedes. Sigo ganándole la batalla al olvido, Colibrí. Sigo recordando todos los días a mi pajarito de la esperanza.



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