No Me Alegra

Hace unos días leí y escuché a través de las redes sociales y los medios de comunicación, diferentes manifestaciones acerca de la aprobación en la Cámara de Representantes de la llamada Ley “Rosa Elvira Cely”, en la cual se tipifica[1] como delito autónomo al feminicidio, lo que consiste en que de ahora en adelante el feminicidio –entendido como el acto de matar a una mujer por el hecho de ser mujer- dejaría de ser un agravante (una circunstancia que aumenta la pena) y se convertiría en un delito autónomo, con su propias características y dosificación.

Vi cómo distintas posturas eran defendidas: encontré personas que celebraban la tipificación del delito y otras que lo tomaban como una afrenta al principio de igualdad, argumentando que de ahora en adelante la vida de una mujer valdría más que la de un hombre y que faltaba ver si pasaba la conciliación de las dos cámaras del Congreso y la sanción Presidencial. No me encuentro en ninguno de los dos extremos y definitivamente considero que hace falta más información y que muy pocos conocen el articulado de la Ley, así como la realidad de las mujeres en este país.

Pero no puedo alegrarme. No me alegra que tenga que existir un delito que tipifique al feminicidio, no me alegran tampoco las sentencias que he leído al respecto y no me alegra que haya tenido que existir una Rosa Elvira para que la sociedad se empezara a cuestionar sobre los alcances de la violencia contra las mujeres. No diré que la razón sea muy sencilla, es más bien dolorosa: para que a alguien se le imponga esa pena, para que ese delito sea imputado a un posible criminal, para que una persona sea condenada por feminicidio, una mujer debe morir, una mujer debe ser maltratada, ultrajada, despojada de su dignidad. Para que el feminicidio opere una mujer debe soportar una carga abrumadora de violencia, bien sea física, psicológica, económica, todas o una y lo debe vivir. 

Para condenar a un feminicida, habrá que conocer la historia de una mujer a quien alguien se atrevió a despreciarle como persona, a quien le convirtieron en un objeto, a quien seguramente le arrebataron las posibilidades de elegir, a quien la sintieron como su propiedad y sobre su vida decidieron. 

Lo que si me alegra de la Ley, es el cambio que ofrece en términos culturales, por ejemplo la implementación de una cátedra de género, a ver si dejamos de escuchar en los salones de clase frases como “esto es sencillo pero no fácil, porque una cosa es que sea sencilla y otra que sea fácil, así como las mujeres” o “tenga cuidado niña, usted está sentada sobre su nota” o “niña, usted está vestida como para apagar incendios pasionales”, a ver si las personas a quienes las mujeres acuden para informar de violencia en su contra como tocamientos no consentidos, dejan de responder cosas como “pero para qué te vienes vestida de esa manera, mijita, estás entre hombres ¿Qué esperas?”, a ver si por una buena vez esta sociedad entiende que ninguna violencia es pasable, que ninguna debe ser permitida, que ninguna tiene un bajo impacto, que las mujeres tienen el indiscutible derecho de vivir una vida libre de violencias y que permitir una es la puerta de entrada para que se ejecuten todas.

Sólo por eso puedo alegrarme, pero no, no puedo alegrarme porque ahora exista el feminicidio como delito en este país, más bien me duele saber que tuvimos que llegar al último recurso del derecho penal para sancionar a quienes atentan contra nuestras vidas y nuestras personalidades. No puedo alegrarme por la sanción, quiero alegrarme con la prevención y con la eliminación de todos esos actos que nos ponen en peligro. Quiero sentir que ser mujeres y ser hombres es un regalo por el hecho de ser personas y que nadie puede arrebatarnos eso.

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[1] Tipificar consiste en determinar qué acciones y bajo qué circunstancias constituyen un delito.