Sorpresa

Sintió un vacío en el estómago, un frío súbito recorrió su espalda y sus manos empezaron a ir de un lado a otro sin que él pudiera controlar sus movimientos. Dio media vuelta y tomó aire, quizá había visto mal. Giró su cuerpo lentamente y la vio.

Su perfil continuaba siendo el mismo. El cabello recogido por una diadema, caía libremente sobre su espalda, los ojos se mantenían vivos y fijos en un algún documento, los labios apretados y rojos resaltaban en un relieve perfecto y la nariz un tanto redonda le recordaba las bromas que solía hacerle.

No sabía si ella conocía o no que estaba siendo observada a través del cristal, pero de cualquier manera debía enfrentarla. Tomó aire y entró en la sala de juntas.

-Buenos días

- Buenas tardes- respondió ella sin alzar la mirada.

-Son las 8:00 am, aun son buenos días

-Eso fue hace cuarenta minutos.

-¿Perdón?

-Señor, usted me ha hecho esperar 40 minutos para la revisión de un contrato que debe estar listo al medio día, así que no me haga perder más el tiempo y tome asiento antes de que pierda la poca paciencia que me queda.

-¡Ay! ¡Anastasia, por favor! ¡No puedo creer que sigas siendo tan rígida con el tiempo!
Ella atónita levantó la mirada y ahí estaba él. Los años habían pasado por su rostro, un par de líneas de expresión se asomaban alrededor de sus ojos y era notorio que había ganado peso, ya no era tan delgado como antes, pero tampoco era tan robusto para llamarlo gordo. La mano derecha entre el bolsillo de su pantalón y los audífonos que difícilmente lograban ser vistos y que solo ella sabía cómo acomodaba, parecían haber permanecido intactos en el tiempo.

En cinco segundos estuvo recuperada.

-Si no tengo una agenda organizada ni este contrato ni muchos otros jamás se ejecutarán. ¿Puede tomar asiento por favor?

Él sintió como la ira acaloraba sus mejillas y cerró los puños con fuerza. ¿Cómo era posible que luego de tres años desde la última vez que habían hablado ella reaccionara como si nada? ¿Cómo era posible que después de lo vivido ella lo tratara como a un desconocido? No obstante, si ese era su juego él lo iba a seguir, total no había razón para que estuviera alterado, ella no era lo suficientemente importante, pensaba.

-La compañía solo tiene objeciones respecto de dos puntos- dijo él señalando una copia del contrato que había permanecido bajo su brazo casi invisible y que ahora sacaba con la sorpresa de quien encuentra dinero entre los bolsillos de su pantalón.

-¿Y…?

-¿Cómo que “y…”?

-Abogado, si no me dice cuáles son esos puntos ¿Cómo vamos a discutirlos?

-¡Ah! ¡Si, si!- de nuevo sus mejillas se enrojecieron pero esta vez no fue el producto de la furia sino de la vergüenza. No se había dado cuenta de su distracción y se sentía impotente, en desventaja. De nuevo se preguntaba por qué ella siempre le producía esa sensación, por qué siempre lo hacía todo tan diferente y tan vago a la vez.

-Estoy esperando- dijo ella levantando una de sus cejas.

-Si, el punto 5 y el 13.

-¿Y cuál es la objeción?- dijo ella mientras se retiraba la bufanda que se encontraba atada cuidadosamente a su cuello y la doblaba con pulcritud para guardarla en su cartera. Sabía que esto iba a tardar más de lo esperado.

Él recordó el último día, cuando la vio empacando sus prendas de la misma manera, apretando los labios igual que hoy, respirando profundo y evitando su mirada. Recordó las peticiones que le hizo, las promesas sobre su cambio, y la respuesta que sabía que merecía: una negativa absoluta. 

-¡Abogado!- dijo ella dirigiéndole una mirada fulminante que indicaba que empezaba a perder la paciencia.

-Anastasia ¿Cómo lo haces?

-¿Hacer qué?

-Actuar como si nada, fingir que soy un desconocido.

-Conocer a alguien es algo relativo. Las personas cambian con el tiempo, ha pasado el suficiente como para que apenas lo pueda reconocer.

-¿Entonces esta vez si crees en mi cambio?

-Estoy absolutamente segura de que usted es diferente.

-¿Y si te digo que esta vez será diferente?

-No lo creería

-¡Pero has dicho que soy diferente!

-Y yo también… por eso no sería diferente.

-¡No lo entiendo! Si la vida nos ha cambiado a ambos ¿Por qué habría de ser igual esta vez?

-Tomás- era la primera vez en toda la conversación que se atrevía a pronunciar su nombre, no lo evitaba por miedo o por arrogancia, sino porque sabía que en el momento en que lo hiciera, caería en su juego y la conversación sería tan personal que no tendría vuelta atrás –

Aunque los dos seamos diferentes, aunque pasaran mil años, aunque lo quisiéramos, esta vez tampoco funcionaría, el sentimiento sería el mismo-

-¡Así que aún me extrañas!

-Si…

-¿Pero…?

-Pero no por eso repetiría la historia

-¿Tan mala fue?

-No responderé eso.

-¡Dime!

-¡Baja la voz maldita sea! ¡¿Te cuesta mucho concentrarte en un jodido contrato de seguros?! ¡Déjame en paz!

-No puedo seguir en este caso.

-Entonces manda a otro abogado.

-¿No te importa que me despidan?

-Si no eres competente para desarrollar tu trabajo no es mi problema.

-Siempre fue lo mismo contigo ¡soy un idiota!

Anastasia tomó su cartera, el abrigo y una sombrilla que había dejado a un lado, se puso de pié y se dirigió a la puerta. Mientras tanto Tomás la miraba fijamente, convencido de que no sería capaz de abandonar la sala de juntas, ella jamás sería capaz de hacer algo que le perjudicara.

-Vamos a firmar con otra aseguradora, ya no hay tiempo de concretar otra cita con ustedes y este contrato debe estar listo al medido día, se lo había advertido- dijo Anastasia sin detener sus pasos. Tomás salió tras de ella, ahora enfurecido por su actitud e impresionado por su estupidez: ella ya no era la misma.

-¡Haz lo que se te dé la gana! Esta es tu venganza ¿verdad? ¡La planeaste por tres malditos años! 

Pero ella no se detenía. Solo lo hizo al pararse frente al ascensor y oprimir el botón que lo activaba.

Tomás corrió hasta el lugar. Sin notarlo, las lágrimas recorrían sus mejillas, la ira lo invadía, tenía un nudo en el estómago y se sentía tan confundido como quien despierta luego de un golpe que lo ha dejado inconsciente.

La puerta del ascensor se abrió. Anastasia subió y las puertas se cerraban cuando Tomás interpuso su mano para impedirlo. Ella oprimió el botón que accionaba el cierre de las puertas pero fue en vano.

-Solo una última pregunta- dijo Tomás

Anastasia arqueó una de sus cejas y lo miró expectante.

-¿Por qué nunca respondiste mis llamadas, ni fuiste por lo que dejaste, ni lo pensaste cuando te hablé de los proyectos? ¿Por qué te fuiste cuando conocías mis razones, mi cambio, las desventajas para nuestras familias? ¿Por qué te fuiste si sé que me amabas?

-Porque tú nunca me demostraste que me amaras y de todas las razones que mencionaste, jamás tu amor fue un razón para que me quedara.

-¡Pero eso se entendía! Estaba implícito, era obvio… ¡Yo te amaba!

-Lo siento Tomás, lo obvio causa ceguera.


Tomás retiró su mano del ascensor y este se cerró. Luego de la jornada laboral fue a su casa y redactó su carta de renuncia. Al día siguiente se dirigió a la oficina de su jefe. Su cara se veía demacrada, era notoria su falta de sueño.

La puerta estaba abierta y el jefe lo esperaba. No lo dejó hablar, sino que empezó él primero.

-Un contrato de veinticinco mil millones de pesos Tomás… ¡¿Sabes lo que es eso?!

-Sí señor, lo sé, es que…

-Espera, déjame hablar. Un contrato con ellos, ¡de las contrataciones más jugosas y más difíciles de negociar y tu armas un escándalo con la abogada representante!

-Si por eso es que traigo esto…

-¿Qué traes? ¿Una de Jack Daniel’s de esas que me encantan?

-¿Perdón?

-¡Si no es con whiskey no celebro!

Tomás miró a su jefe confundido… ¡en qué clase de pesadilla estaba que iban a celebrar su despido!

Su jefe sonrió y le dijo –Yo sí sabía que ese don que tenías con las mujeres regresaría, que te repondrías algún día de tu ex… Es que llegas tarde, gritas a la abogada y resulta que ceden a nuestras peticiones ¡y me llega el contrato para firma final a las 12m en punto!

Tomasito, Tomasito, cuéntame que le hiciste ¿eh? Espero que por lo menos haya valido la pena el sacrificio y no haya sido un suplicio la faena que le tuviste que dar anoche, porque te veo esas ojeras ¿eh?, yo no soy tonto, yo me doy cuenta de todo ¡Lo sabes, soy un viejo zorro!

Bueno ¿Dónde tienes el regalo? 

-¡Ah! Se me quedó en la casa, es que me levanté algo mareado.

-¿Mareado? Ya me imagino esa noche ¿eh? Si quieres tómate el día libre ¡Descansa matador!
Tomás salió de la oficina y su secretaría lo detuvo.

-Doctor, ayer cuando trajeron el contrato le dejaron este sobre.

-Gracias Sarita, ya lo reviso.

Abrió el sobre y encontró una nota corta:

Sabía que habrían problemas con esas cláusulas y ya tenía preparada una negociación. Lo obvio habría sido que firmara con la otra aseguradora, pero ya lo sabes Tomás: 
lo obvio causa ceguera.   



Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Narrativa... Bien, yo soy malo en ello. Un post de este tipo... espero no sea el ultimo.

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