Buen Viento y Buena Mar
Estaba desesperada buscando
ese documento. Había revisado en carpetas, libros, maletines, bolsas, arrumes
de papel que siempre prometía que iba a limpiar y a donde cada día llegaba uno
más. ¿Dónde carajos lo pude haber metido? Se preguntaba una y otra vez sin
encontrar una respuesta. Abrió por tercera vez el cajón donde guardaba escritos
personales, algunos regalos y, en general, recuerdos materializados en papel;
era casi imposible que lo hubiese guardado allí pero prefería revisar, algo le
decía que debía buscar en ese lugar y ella estaba acostumbrada a que sus
impulsos o presentimientos siempre la llevaban por el mejor camino, aun cuando
este fuese inesperado.
Y esta vez no hubo excepción.
Encontró una hoja arrugada, doblada por la mitad, manchada de café, conservando
ese olor; aquello le llamó la atención y procedió a abrirla. Era su letra pero
no la de siempre: inclinada un poco a la derecha, más alargada que redonda, era
la letra que usaba cuando algo le parecía importante, sin embargo, sí tenía
importancia alguna ¿Por qué estaba ahí, en ese estado? Así que comenzó a
leerla:
Buen Viento y
Buena Mar
Ojalá pudiera encontrar una respuesta… son
tantas estas dudas, que a veces me cuestiono si estoy formulando la pregunta de
manera incorrecta. ¿Qué es lo que está mal?, ¿Qué es lo que tengo que
entender?, ¿Cuánto tiempo?... ¿Valdrá la pena?
Y es que hay cosas que solo veo yo, que solo
entiendo yo, que he logrado que algunos pocos sientan pero por un momento, una
pequeña dosis que no se asemeja a la mitad de eso que solo yo vivo, que solo yo
percibo.
Así que ahora miro atrás y me bebo este
maldito trago lleno de toda la amargura que es posible para darme cuenta de que
aun estás aquí, que justicia es una palabra tan relativa como lo que sientes, y
que aun así quieres que continúe, y yo pregunto de nuevo ¿Cuánto tiempo? Y me
duele pensar que tu no tienes memoria, que el diablo se tragó tus sentimientos
y que son otros los ojos en los que deseas reflejarte, que solo quieres tener
algo seguro… que amor no es lo que existe ahora.
Entonces ¡¿Qué hago?! Si ni siquiera tú
tienes las respuestas y esta incertidumbre me está matando. ¡¿Qué hago si cada
vez que intento algo regresas tú, sin siquiera proponértelo, a adueñarte de
cada parte, de cada espacio, de cada momento?! ¡¿Qué hago si por más que
intento encontrar una explicación no lo consigo?! ¡¿Qué hago si traté de darlo
todo, de hacer hasta donde mis fuerzas me lo permitieron y nada funcionó, nada
fue suficiente?!
Ahora sé que no puedo esperar nada, estaba
advertida y no quise atender. Ahora, como siempre, solo puedo dejar que el
tiempo pase porque la esperanza que me mantenía firme está perdida. Aguardaré
pacientemente aquí –no por ti porque no creo que te vea regresar- aguardaré por
mí, por mi calma, por el corazón que ya no creo que desees tener; pero no
esperaré a quien fuese antes el invitado principal: aquel amor que un día
recibí, aquel que tú me solías dar.
Actuando casi que por
instinto, arrugó la carta. Unas lágrimas tibias recorrieron su rostro, que en
minutos pasó de un rojo encendido a un pálido enfermizo. Respiró profundo,
sostuvo por un momento el aire y luego lo dejó ir lentamente y repitió este
ejercicio varias veces, las suficientes para que sus manos pudieran dejar de
temblar y de este modo tuviera la claridad necesaria para examinar la carta.
¿Qué era lo que sentía? ¿Ira?
¿Tristeza? ¿Odio? ¿Nostalgia? Revisó la carta de nuevo, los años que habían
pasado eran notorios y no necesitaba escarbar demasiado dentro de sí para saber
a quien estaba dirigida. No obstante, no la entregó y algo había hecho que la
olvidara. De repente hizo un recorrido por los últimos años: su graduación, el
departamento que había comprado, las llaves del auto que estaban sobre la mesa,
los viajes que hizo y todas las razones que tuvo para sonreír. Recordó también
un par de malos momentos, en especial la despedida de un ser querido que le
había enseñado el dolor en un plano en el que no podía ser descrito. Empero,
aquellos momentos los superó sin el destinatario de esa carta y al preguntarse
cómo habría sido con él, descubrió que el proceso habría sido más complicado,
ya que no solo tendría en la cabeza el porqué de su pérdida sino el porqué de
la apatía de su compañero. En ese momento encontró una respuesta.
Ella se había equivocado al
pensar en el destinatario de su carta. En realidad estaba escrita para sí
misma, era su propia promesa, el juramento de una paz que en aquel entonces no
comprendía pero que algo dentro de sí le indicaba que vendría, y en eso no
estaba errada.
Tomó su cartera, cogió las
llaves de ese escarabajo que siempre la había enloquecido, caminó por el
corredor y se despidió de su madre.
-Hija- gritó ella- ¿Encontraste
lo que buscabas?
-¡Encontré lo que no estaba
buscando mamá! – Dijo, mientras cerraba la puerta de su casa.
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