La Granja Parte I: La Gatita
Es difícil explicar cómo empezó todo, estoy segura de que cada una tiene su propia versión de la historia, así aquí está la mía:
Era un día de colegio complicado para mí. Había ingresado a mitad de año al colegio del cual me gradué, me había costado adaptarme y además nunca he sido una persona fácil. Encajar en mi curso fue difícil, durante el año en el que ingresé no lo pude hacer, sin embargo, al año siguiente la cosa fue mejorando y cuando por fin encontré un grupo y gente con la cual me sentía a gusto, entonces mis queridos profesores decidieron que lo mejor era trasladarme de salón, el típico traslado del curso “A” al curso “B”.
De este modo yo volvía a tener esa horrible sensación de ser la extraña, la diferente, la que no encajaba. Con el tiempo aprendí a hacer de eso un punto a mi favor pero en aquella época aún no lo había descubierto así que me sentía mal de cualquier manera. Mi frustración se transformó en una mala cara constante y en un humor terrible. Éramos apenas cuatro niñas las que habíamos sido cambiadas de curso y la única que no lo soportaba era yo pues las otras, al haber estudiado casi toda su vida en aquel colegio, tenían amigas en uno y otro salón, en cambio yo volvía a ser “la nueva”.
Mi actitud fue complicada. Poco me hablaba con las niñas que habían sido trasladadas conmigo, luego por ese lado no había modo de crear un plan de contingencia y en el nuevo salón no conocía literalmente a nadie. Mi mejor opción fue hacerme siempre de última en la fila, mi puesto además era solo en tanto todas las demás se sentaban en pareja. Ahora le agradezco a la vida que los memes no existieran en ese momento porque yo habría sido la mejor expresión de un “forever alone” (?).
Pasaron unos días, yo estaba entregada a la negación y me la pasaba hablando aquí y allá para que me devolvieran a mi curso. En los descansos me sentaba con mi antiguo grupo, las escuchaba y procuraba no quejarme. La mala cara no se me quitaba y la inseguridad que tenía me hizo más torpe de lo que por naturaleza ya soy. Empecé a lidiar con una que otra caída por las escaleras, tropezones en el salón y una volteada de silla que me dejó mirando para el techo y ante la cual –por pura dignidad- me reí aunque me estuviera doliendo el culo de una manera impresionante.
Ahora no solo era la rara sino también la idiota y con eso mis posibilidades de interacción se incrementaron de una manera impresionante (?). Justo después de aquel magno incidente una niña que me había estado mirando esos días se decidió a hablarme. Estaba sentada frente a mí, se volteó y me preguntó algo, yo respondí de mala gana pero ella insistió en hacerme la conversación, mi dolor en el coxis me hizo recordar toda mi frustración y por alguna extraña razón empecé a quejarme con ella y quién lo iba a creer, ella entendía toda mi situación porque también la padecía.
Cómo en esa época no existía La Rosa de Guadalupe no había forma de saber que lo que ella soportaba era “bulling”, ni vientico protector que viniera a transformar a las malpari… perdón, a las niñas que se burlaban de ella. No obstante, aquella niña tenía una vibra demasiado especial y casi que por instinto yo tuve la necesidad de protegerla. Empezamos a hablar todos los días, a veces hasta cambiaba de puesto con su amiga (que ahora me odiaba) para podernos sentar juntas y compartir alguna estupidez.
Nuestras conversaciones tenían toda la profundidad que se pueda profesar de un par de adolescentes de catorce años: quejas de los padres, de los profesores, aburrimiento por la tarea, suspiros por el niño que nos robaba el aliento en esa época (ese al que nunca fuimos capaces de hablarle y que años más tarde nos confesó que efectivamente nosotras también le gustábamos), una que otra, discusión sobre cómo y con quién haríamos los trabajos en grupo, críticas a cualquiera de nuestras compañeras a quien podíamos despellejar parte por parte con cada uno de nuestros secretos comentarios, y hasta alucinaciones sobre las mil y un maneras como podríamos torturar y posteriormente asesinar a las niñas que se portaban mal con ella. En conclusión, éramos un par de adolescentes normales, con las hormonas haciendo de las suyas y la imaginación volando por un futuro maravilloso que sabríamos que nos esperaría.
Con ella la pasaba bastante bien porque encontraba muchos puntos en común pero también existían muchas diferencias. Fue la primera persona que sin pertenecer a mi familia ponía mi paciencia a prueba todos los días, pues tiene (ojo TIENE) la adorable (?) manía de esculcar cada bolsillo, cada cajón que encuentra y por cada cosa que no entiende o no conoce preguntar ¿Por qué? ¿Para qué? ¿Cómo? Para ella una respuesta en monosílabo es un imposible o peor aún, implica que tienes algo, entonces vienen más preguntas: ¿Qué tienes? ¿Te pasa algo? ¿Estas de mal genio? ¿Estás triste? ¿Te peleaste con tus papás? ¿Te peleaste con tu novio? ¡Ay amiga ¿Por qué me haces esa cara?! (ahí vengo yo con cara de “te voy a estrellar un bate en la boca”) ¿Mejor me callo?
Siempre se mete en más de un lío por su curiosidad, desde machucarse un dedo con un cajón hasta ganarse enemistades tontas. Tiene los ojos felinos, no era de extrañar que entre nosotras empezáramos a llamarle “Gatita”. Es inocente en niveles inimaginables, tiene la nobleza que al mundo le hace falta, no sabe disimular, es de esas personas a las que le dices “mira con cuidado, detrás de ti viene Pepito, el niño que me gusta” y ella responde a grito entero “¡QUE TE GUSTA PEPITO Y POR QUÉ CARAJOS NO ME HABÍAS CONTADO!”. Cabe aclarar que a partir de ese momento el ego de Pepito aumenta a niveles críticos y yo me prometo a mi misma, que esta será la última vez que me expongo de esa manera con ella, que no le vuelvo a contar nada, que le voy a hacer una igual o peor… a los diez minutos se me pasa, pero eso si, Pepito queda descartado.
De su inocencia puedo contar que cae en todos los comentarios de doble sentido que se puedan imaginar y ella jamás presume morbo alguno. Una vez, para referirme a algo muy rápido dije algo así como “eso no dura nada, es rápido cual polvo de gallo”. Frente a esto su respuesta más predecible fue preguntar ¿qué es polvo de gallo? Y yo, que soy la peor amiga que la vida le pudo dar, le respondí “esa es tu tarea, averiguarlo”. A los cinco segundo se había ido donde un grupo de amigos ¡Todos hombres! A preguntarle el significado de la expresión… como cualidad también debo resaltar que es muy valiente y no le da pena nada, por eso no le importó que se reventaran de la risa, aunque a mi si me lanzó una de sus miradas de “desgraciada la voy a matar”.
Aunque no ha sido la única vez que me ha lanzado esa mirada, ni la peor. Su nobleza e incondicionalidad la hacen propensa a las bromas y en este aspecto de verdad que la vida le dio la peor amiga posible. Una vez le hice una broma que si yo hubiera sido ella, jamás me habría vuelto a hablar. Habían lanzado el canal 13, allí solían pasar videos de música que la gente supuestamente programaba y tenía una barra de mensajes en la cual muchos mequetrefes escribían sus teléfonos o correos electrónicos para conocer gente. Yo tenía por diversión ponerme a leer esos mensajes y partirme de la risa con cada comentario perdedor que leía, cosas del tipo “hola, me llamo Cristián y quiero conocer niñas lindas de Bogotá para relación seria”. ¡HÁGAME EL JODIDO FAVOR “RELACIÓN SERIA”! ¿Quién carajos va a tener una relación seria con un imbécil que se ve en la necesidad de poner un mensaje así? No obstante, cuando me aburrí de solo leer, mandaba mensajes con mi celular, usando un nombre falso y me vacilaba en conversaciones a algunos tipos, diciendo que estaba en la universidad, que mis medidas eran 90-60-90, jajaja en fin, muchas estupideces solo para escuchar o leer las babosadas que respondían.
Pero un día el juego ya no fue divertido, me aburrí. Entonces tuve una idea. Tomé el número de celular de La Gatita y envié un mensaje en su nombre diciendo que quería conocer hombres de X edad, fui tan maldita que escribí su nombre real y recuerdo que terminé el mensaje con un patético "llámame”. Al día siguiente ella estaba histérica, me dijo que alguna desgraciada del colegio había mandando un mensaje en nombre de ella al canal 13, que un montón de tipos asquerosos se la pasaban llamándola, que la mamá la había regañado y que ella estaba pensando en cambiar el celular. Yo debo confesar que sentí un poco de remordimiento, pero se me pasaba cada vez que ella describía todas las torturas posibles, conocidas y por probar, que ensayaría en la persona que hubiese enviado el mensaje… y ni qué decir de su angustia cada vez que a su celular llegaba un mensaje o entraba una llamada. El asunto se calmó al cabo de unas tres semanas más o menos, sin embargo, tiempo después, el canal repitió los mensajes y ella tuvo la buena suerte (?) de que repitieran el que yo había enviado.
Aun hoy, reconociendo toda la crueldad y mi mal proceder, no puedo parar de reír cada vez que recuerdo la broma. Pero pasados unos días, decidí que debía contarle la verdad. La conversación fue más o menos así (aún lo recuerdo):
(Fénix): Gatita tengo que contarte algo pero me tienes que prometer que me vas a perdonar.
(Gatita): ¿Cómo así Fénix que te voy a perdonar? Dime qué hiciste.
(Fénix): No Gatita, tienes que prometerme primero que me vas a perdonar.
(Gatita): Pero ¿Cómo te voy a perdonar si no sé que hiciste?
(Fénix): Precisamente, cuando lo sepas me vas a odiar, entonces yo tengo que garantizar que me vas a perdonar.
(Gatita): Fénix habla ya que me está empezando a dar mal genio (la impaciencia es uno de sus defectos).
(Fénix): primero promételo…
(Gatita): Bueno está bien, lo prometo.
(Cara de satisfacción de Fénix, seguida de la cara de perro regañado para poder realizar la confesión)
(Fénix): Es que… te acuerdas de lo del mensaje en el Canal 13
(Gatita): Sí, ¿qué pasa con eso?
(Fénix): Yo sé quién envió el mensaje…
(Gatita): ¡Es el colmo que no me hayas dicho! ¡Seguro fue una de esas hijas de puta del salón que siempre me molestan!
(Fénix): ehmmm no… Fui… yo…
Estuvo en silencio unos momentos. Los ojos se le humedecieron en una mezcla de ira y tristeza y yo ahí comprendí que de verdad me había pasado. Cerró su mano derecha en un acto que yo jamás había visto y me dio un puño que casi me fractura el maxilar mientras gritaba “¡COMA MIERDA FÉNIX!” Luego se fue y no me volvió a hablar.
A mi no me importaba si tenía que escupir todos los dientes ese día, lo que realmente me hería era saber que la había defraudado. Debo admitirlo: por más de que la broma me hubiera causado mucha risa, sé que ese día la defraudé por completo. No solo traicioné su confianza, sino que derrumbé la imagen que ella tenía de mí. Por ella desarrollé un instinto protector que me llevó incluso a irme a las manos con un tipo por defenderla. No me importaba. Ella era como mi hermana menor y nadie podía hacerle daño y quien se atreviese a hacerlo, se merecía toda mi ira. Pero yo no la protegí de mí y mis estupideces. Por eso le pedí perdón y no pretendí que me volviera a hablar.
Pasaron varios días y ella me hablaba solo lo estrictamente necesario. Luego, un día, llegó con una carta: palabras más, palabras menos, no quería seguir peleando, además “había prometido perdonarme y ella cumplía sus promesas”, yo no me podía estar sintiendo peor, además lo merecía. Las lágrimas brotaron de mis ojos, no solo me había perdonado, sino que reconocía la gracia de la broma y no me juzgaba por lo que había hecho. Ese día fui consciente como nunca del ángel que tenía en frente y prometí que jamás la iba a volver a defraudar. Ella es mi polo a tierra, la parte blanca de mi alma, la inocencia que le falta al mundo… es hermoso verla descubrir algo nuevo, tiene esa mirada que todos perdemos cuando dejamos de ser niños, en ella permaneció intacta.
Así es ella, la Gatita que me enseñó que siempre se puede caer pero que lo importante es aprender a caer de pie…
Comentarios
Fue como comer un helado frito.
Felicidades.
Solo tengo palabras de felicitación para este blog tan bonito, me retorcieron todos los sentimientos. Y si, estamos en 2016 y lo leí :)