*** Este no debió ser un domingo en el que yo estuviera sola, encerrada con mi perra, arreglando desperfectos de mi apartamento y tratando de entender por qué me siento tan agobiada. Este domingo debimos haber despertado juntos, yo debí haber preparado algún desayuno especial, seguramente con panqueques y él debió haber lavado la loza con el delantal de El Capitán. En cambio, tengo un domingo en el que llevo varias semanas sin haber encontrado mezcla para panqueques, desayuné con chocolate, huevos y pan y el chocolate lo dejé a la mitad y los trastes los voy a lavar en la noche, con todo lo demás. Tengo un domingo cualquiera, como si todos los eventos del último año no hubieran sucedido, no por falta de recordación, sino por la monotonía de los días que han hecho de un día especial el letargo de una vida, el cansancio, la soledad, el silencio de quien languidece en la ausencia. Este debió haber sido un domingo de celebración, en cambio tengo un domingo de pena. ***Fot
Exposición "Miró: Pintor, Poeta" El tiempo, que ha sido definido a través de los años por científicos y relativizado sin pudor por narradores y poetas, resulta tan temible como encantador en la vida propia. Se sabe del tiempo como medida, como invento humano, como sabio, como enemigo, como dios. ¿Qué es un siglo comparado con más de cuatro punto cinco billones de años? ¿Qué viene siendo, entonces, un cuarto de siglo? Mi propia eternidad. Es la primera vez que escribo sobre mi edad en este blog que no tiene ni pies ni cabeza, que es una colcha de retazos echa con los pedacitos de cada recuerdo trascendente. Tal como mi existencia. Ahora lo digo con risa, pero antes sentía un poco de pudor, de vergüenza por develar mi edad. Sucedía que la gente hablaba conmigo y pensaba que era mayor, no sé si era por cómo me expresaba o simplemente era lo que producía mi manera de actuar, sin embargo les venía un desencanto cuando yo decía “tengo dieciocho o diecinueve
Estaba desesperada buscando ese documento. Había revisado en carpetas, libros, maletines, bolsas, arrumes de papel que siempre prometía que iba a limpiar y a donde cada día llegaba uno más. ¿Dónde carajos lo pude haber metido? Se preguntaba una y otra vez sin encontrar una respuesta. Abrió por tercera vez el cajón donde guardaba escritos personales, algunos regalos y, en general, recuerdos materializados en papel; era casi imposible que lo hubiese guardado allí pero prefería revisar, algo le decía que debía buscar en ese lugar y ella estaba acostumbrada a que sus impulsos o presentimientos siempre la llevaban por el mejor camino, aun cuando este fuese inesperado. Y esta vez no hubo excepción. Encontró una hoja arrugada, doblada por la mitad, manchada de café, conservando ese olor; aquello le llamó la atención y procedió a abrirla. Era su letra pero no la de siempre: inclinada un poco a la derecha, más alargada que redonda, era la letra que usaba cuando algo le parecía importan
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